La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis
179 Luz fosfórica entreabre claras brechas en la celeste inmensidad y alumbra del foso en la fatídica penumbra cuerpos hendidos por doradas flechas; cual humo frío de homicidas flechas en la atmósfera densa se vislumbra vapor disuelto que la brisa encumbra y las torres de Ilión escombros hechas. Envuelta en veste de opalina gasa, recamada de oro, desde el monte de ruinas hacinadas en el llano, indiferente a lo que en torno pasa, mira Elena hacia el lívido horizonte irguiendo un lirio en la rosada mano 293 . El éxtasis en el recuerdo, a pesar de lo que pareciera, no refleja amor de parte de Odiseo, sino encantamiento ante la belleza sin par de Helena. Pero ―se desvanecieron los encantamientos y volvió el tiempo a sus ruedas‖. Aparece el rey y un multitud de antorchas iluminan el atrio y hacen palidecer las estrellas. Durante el banquete que ofrece Menelao a Odiseo, éste y Helena se miran deseosos: Y mientras bebía, el hosco peregrino sentía que su cabeza se armaba con ánimo inmortal, con tentáculos nuevos; escuchaba a lo lejos ahora el ligero murmurio del cañaveral, las aves-de-la-noche que arrullaban, seducidas por amor, en / las oquedades , y con alivio secreto gozaba por las innúmeras carcomas que abren galerías en la tierra y roen los cimientos del planeta. Y después, los ojos volvía lentamente y miraba con fijeza a / Helena: sin piedad, removía en silencio los velos, los cabellos; con la mirada la pesaba, igual que un carnicero que sujeta 293 Julio del Casal: “Elena”, en Pedro Lastra / Rigas Kappatos: Presencia de Grecia en la poesía hispanoamericana , pp. 86-87.
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