La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis
175 ―percibía profundamente a Helena / ascender cual media luna y esfumarse en el sol‖. Y piensa cómo enfrentará a la mujer y a su antiguo amigo Menelao: Calla y revuelve en su espíritu feroz lo escrito por el hado, cómo ha de franquear el umbral de su dilecto amigo y cómo clavará la vista al enfrentar a Helena. Ansía al íntimo amigo, mas su alma no gustaba de amores / detenidos como el agua espesa con grandes flores carnosas; una alta llama quemaba su pecho y él la seguía con temor. A la cubierta de su espíritu subió nuevamente / la hija-del-cisne, y fuentes de sangre le manaban de sus alas cortadas; se ablandó el feroz e iracundo corazón al contemplar / la belleza con sangre y llanto y con sonrisa atraer el varón y caer inútiles las armas ante su tersa desnudez. Nunca había anhelado el abrazo de Helena, la-seductora- / de-hombres. Lejos de juegos amorosos, lo atraía la lasciva mujer en las más altas atalayas del espíritu, en la cima del deseo. Un lucero entre sus cejas le señalaba una ruta muy larga, más allá de la dulzura impúdica del eros, más allá de las vergüenzas de la carne y la viscosidad / del beso. 288 En un momento, mientras goza del baño que toma cuando el palacio de Menelao está ya cerca, viene al recuerdo de Odiseo el momento en que Helena, desde la cubierta de la nave que la llevaría a su patria desde la destruida Troya, le sonrió bajo su velo: Y se estremece, pues por un momento, inesperadamente / a Helena recordó. Bajo su peplo una vez le sonrió, ahora se acuerda; el barco de su marido hacia la patria desplegaba velas, y ella en la cubierta levanta sus cristalinos brazos y en silencio se despide de las playas, a uno y otro lado; a la ceniza caliente de la fortaleza destruida dice adiós, 288 Ibídem, III, 659-675.
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