La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis
172 Y el hijo juicioso del varón-de-siete-pareceres solo se / encaminaba al palacio, con los dos canes de cuerpo serpentino a cada lado. Su alma sencilla hierve y da expresión a los pensamientos que le sugiere su intenso malestar: Cristal hiciéronse mis ojos para avizorar antes el mar, / ¡oh padre! mas ahora, ah si me hubiera concedido mi destino / que nunca aparecieras; y ya que apareciste - ¡maldición! - , si otra ola viniera y lejos te arrebatara, mucho más lejos, y no / retornaras más. Haces estallar las mentes y los ánimos excitas / de los hombres buenos, y ya no se soporta en obrero en el taller y el labrador /en la tierra; y el esposo aldeano contempla a su pareja y no la quiere: viajes anhela y rozar siquiera Helenas inmortales 285 . Después de enterrar a su padre y de dejar casado a Telémaco con Nausícaa, a quien manda a buscar, Odiseo parte de nuevo de Itaca, junto a tres amigos que, como él, lo dejan todo. Van un poco a la deriva, sin rumbo determinado. Navegan adonde los lleva el viento. Nada se han propuesto, salvo dejar la patria y hacerse a la mar. Es entonces cuando para nosotros aparece la figura de Helena. Allá en Esparta, en la ribera del Eurotas, no está ya tranquila y serena, reconciliada con su marido, redimida, como la hallamos en la Odisea homérica. También a ella la ahoga la chatura del hogar. Su esposo, avejentado y decaído, no le provoca amor, sino distancia y casi repulsión. En su desazón, anhela nuevamente la aventura: Ya atardece, y las aguas espumeantes de la mar hasta el confín se enrojecieron como el vino, y embriagado / ascendió en las aguas oro pórfiro el danzarín 285 Ibídem, 1346-1356.
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