La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis
162 / desciende; y así como se sumen y se ahogan suavemente en el ámbar / unos insectos, de igual manera hundíanse humanos, animales, árboles / en mi cerebro espeso. También fue golpeado con el tiempo el corazón, / volvióse un grumo de sebo; las pasiones se encendían, se apagaban, en su interior / en un brumoso olvido, y en el abismo de la bestia me derrumbaba yo, mugiendo. Distendíame en la carne amorosamente y etéreos / se desvanecían cuidados, fuego, ascensiones y esperanzas del humano; toca a su fin el viaje brillante, terminó; en el barroso puerto dulcemente han atracado alma y balsa de animal dichoso. Oh varón-de-mil-viajes, alma pródiga, ¿no será ésta / la patria? 266 Según su nuevo relato, Odiseo cayó en las redes de la animalidad, pero no había perdido aún su forma humana, cuando la visión de unos seres humanos y sus humildes quehaceres, será el impulso para salir de ese estado. Y el llanto lo traerá otra vez a la estirpe humana, esta vez desde la bestialidad. También las lágrimas lo habían rescatado desde la senda de la inmortalidad impuesta por Calipso. Como en tantas otras obras suyas, Kazantzakis describe con benigno amor y benigna compasión al ser humano. Pareciera que el poeta y Odiseo están mirando desde lejos esta escena: Un día en que solo me revolcaba y gruñía en mi zahúrda, diviso un humo leve por la playa y una fogata encendida y unos hombres en cuclillas que por cañas partidas pasaban sartales de pescados y con cuidado sobre las brasas / los volvían; y una mujer pálida, agachada, con un niño en el regazo, abrió su pecho y al punto se cogió del pezón el infante y dichosa la madre, láctea-fuente, diole de beber. Los peces ya tomaban color rosa y golpea mis narices / su perfume. 266 Ibídem, II, 319-330.
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