La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis

154 El llanto es propio del ser humano, al igual que la muerte. Los dioses, si existen, son inmortales y no lloran, pues no sufren, aunque tienen pasiones humanas como la ira, la envidia, el amor. El llanto marcará la vuelta a la condición humana, tanto cuando Ulises se libera de la tentación de ser inmortal como cuando se libra de su descenso a la calidad animal. El llanto al sentir de nuevo al hijo, la esposa, la tierra patria, la realidad terrena, reemplaza a aquellas "lágrimas de la separación", especie de contagio humano en el mundo de la divinidad que no las conoce. Rompe la piedra su canto; se parte mi corazón: "¡Calla, corazón mío; ya lo sé, pero mi espíritu hacia otro lugar / apunta!" Y cuando avanzaba, ya lejos, como saeta, en la ola / de-espumoso-seno, y el dolorido canto se perdió en la bruma del crepúsculo, poco a poco la balsa se puso más pesada y se ladea; las sombras la aplastaban; de mujer, de hijo, de patria se cargó, y libre dejé a mi corazón conducirse a su agrado: ¡y éste estalló en llanto y otra vez se volvió humano! 255 Más tarde, después de este relato, cuando ya Odiseo ha dejado Itaca para siempre, ha navegado y ha desembarcado en el Peloponeso y comienza su camino hacia Esparta, en un momento mira un obsequio que quiere entregar a Helena. Es un regalo que le hizo Calipso: un boj muy fino de marfil, dentro del cual hay un cristal milagroso por donde desfilan en imágenes todas las cosas del mundo, incluidas las futuras. En su interior, destellaba un cristal milagroso, como un ojo, y todos los países y los mares pasaban por sus aguas. Destejábanse las casas una a una y mostraban sus vergüenzas, y las cabezas, abiertas, transparentes, como nenúfares subían hasta el cristalino, y los pensamientos ocultos todos circulaban, igual que peces dorados en acuario de cristal. Se agitaban cual fantasmas los ejércitos en los confines / del mundo y ascendían de la orilla de la mar reinos como si fuesen nubes y luego se disgregaban y volvían a ascender siempre agitándose, como si todo el vivir del hombre malhadado y de la tierra 255 Ibídem, 182-189.

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