La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis
151 Se aguzan y alargan el cuerpo y las plantas de los pies; rizada gorgona la cabeza navega por encima de las olas, y en el extremo se muestra el lucero matutino que señala / la senda. Toda la noche avanzaba el cuerpo mío, bajel pirata, / y se embargaban mis entrañas con el dulce perfume del mundo terreno 251 . Pero esos restos del mundo terreno que los sueños todavía conservaban terminan por borrarse del todo. El corazón de Ulises deja de recordar, de sufrir, de preocuparse por las penalidades de los humanos, pierde la memoria de lo terrenal. Se detiene "cadáver en serenidad divina", y en su interior se suavizaron y aliviaron los sufrimientos / del hombre, se sumergió la tierra patria fulgurando en los abismos del olvido y cual un juego de luz y nube se agitaban en el viento, se unían, se separaban, se borraban el hijo, el padre, la mujer; subía el dios como la muerte y devastaba las entrañas. Sin dolor, sin sonrisa, enmudecido, pisaba los roqueríos y ya mi cuerpo, transparente, sobre la tierra sombra no arrojaba; y entre mis pies, sin temor, raudos pasaban los petreles: diríase que un numen invisible paseaba por la playa 252 . ¿Cómo va a salir Ulises de este estado nuevo en que se está metamorfoseando su condición humana? No hay, como en los tiempos homéricos, ni dioses ni mensajes ni mandatos de éstos para que Calipso lo deje ir y quizás ya su transformación sea irreversible. Un objeto material, un humilde trozo de madera, un resto de remo, será lo que haga despertar su memoria y su voluntad humanas: Pero una mañana tropecé entre los guijos desiertos con un despojo alargado que acaso dejó en seco por la noche / la mar. Levantélo lentamente y traté de recordar qué cosa fuera: hueso de un pez monstruoso, para de un ave gigantesca, rama de un árbol del ponto, cayado de algún genio marino. 251 Ibídem, 107-124. 252 Ibídem, 128-136.
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