La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis
150 sonriendo y se enrolló apegada a mis rodillas. Y temeroso, yo a la inmortal en mis manos mortales estrechaba como un ensueño dulce en la playa arenosa. En una vasija de oro cada tarde la rubia diosa me lavaba el lodo de los pies con agua cristalina para que no mancharan las mantas tejidas-en-plata de su lecho nupcial; y yo reía gozoso al ver los pies con cieno del humano entremezclarse con las piernas incorruptibles de la diosa. Por vez primera sentí el goce del cuerpo cual espíritu; tierra y cielo se unían en la playa, y en mi interior / con honda dicha percibía cómo mis entrañas se transformaban en alas. Giraba el cielo desde los cimientos junto a nuestra labor, y se apagaban los astros en el piélago y otros riendo / se encendían; y nosotros, igual que dos luciérnagas, brillábamos unidos / en la arena 250 . Pero en esa vida de placer sin preocupaciones, hay un momento en que Odiseo empieza a percibir su transformación en inmortal y esto lo llena de terror: Y un atardecer, mientras tenía a la inmortal apretada entre / mis brazos, percibí de repente, mudo de terror, que dentro de mí el dios extendía sus tentáculos y pretendía ahogar mi corazón. Como un sueño parecióme la vida, como una fábula el mundo, y el alma entera difundíase en espirales de humo entre la brisa. En lo que dura un relámpago nacían y brillaban y desaparecían en mi cabeza fatigada las deidades, y otras ascendían / como nimbos; y algunas gotas esparcíanse sobre mi ardiente espíritu. Solamente tornaban aún a la vida mis ensueños nocturnos; silentes se arrastraban cual serpientes manchadas y lamían / mis párpados y en mi mente se abrían mares de madreperlas, áureos peces me espiaban tristemente entre las aguas densas y voces dulcísimas subían desde el abismo azulado. 250 N. Kazantzakis: Odisea , II, 76-92.
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