La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis
138 Y a dos primeros ancianos y al brillante bardo llama: ¡Oh venerables testas de mi palacio, os envío / cual portadores-de-dote a la isla frondosa del norte, con sus profundos jardines! Con hojas de vid en las cabezas, con vuestros altos báculos, subid al rico alcázar, trasponed los portales e inclinaos ante el anciano jefe y dadle los buenos días: Nos envía en hora feliz el rey, / el gran-combatiente-de-ciudades; un velero traemos con la dote, trigo, vino, miel. Decidido está el hijo de nuestro señor, / con tu venia, ¡oh padre! a hacer su pareja a tu hija, crecida-entre-perfumes. Pues la vio una hermosa mañana jugar en la ribera del mar mi señor, y anhela que a su casa vaya y le dé nietos‖ 230 . Al partir el barco, Odiseo siente convivir tres momentos de la vida humana y tiembla, pues quizás vacila ante la decisión que ya ha tomado de dejarlo todo para siempre: Y mientras, erguido en la ribera observaba / el varón-de-aliento-de-fiera alejarse el navío, y enseguida el buen noto hinchó / las velas encarnadas. Veía el cuerpo virgen de su hijo correr delante por novia y atrás sentía deshacerse los restos de su padre. Y él estaba en el medio, novio y muerto, y temblaba, y le pareció la vida sólo un breve relámpago 231 . La llegada del barco con Nausícaa coincide también con un momento en que Odiseo piensa intensamente en su partida: Más allá, por la costa, bien trabado en los andamios, su velero crujía anhelando partir; marcharse también el alma suya dejando el andamiaje de la patria, la mujer, el hijo. Siempre erguido, sus dos ojos sobre el barco nupcial arrojó / con energía, 230 Ibídem, II, 599-615. 231 Ibídem, 619-624.
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