La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis

135 los hombres bienaventurados y pacíficos. Ahora vive en la tierra ansiada, pero todo ha cambiado: Los pinos de la isla eran tan bellos, y yo no tengo cerca ni su sombra. Itaca fue un jardín, y hoy sólo escucho cantar a las serpientes; ramas duras, endrinos y no almendros, y la piedra donde alguien escribió que todo es vano. Sus peripecias no terminaron con el viaje desde el país de los feacios a su isla, aquella travesía suave, hecha en brazos del sueño, en el poema homérico. Por eso, dice en una carta imaginaria: Si supieras, Nausícaa, cómo ha sido mi vida desde entonces; nada grata para quien vio la flor de los granados y la esparció en su lecho y su memoria mientras cantaba el ciego al que ofrecieron una silla de cedro y una fábula. Tú me guiaste a la ciudad, desnudo, sólo cubierto por el mar de arena y por hojas de luz de su hondo prado para contar mi gloria, mi infortunio. Te seguí, como dios que me creía, soñando con mi isla venturosa [...] Lleva ahora una vida amarga; quizás está viejo y solo; acaso se está comenzando a incapacitar, él que tanto luchó; y sólo puede pensar en Nausícaa en sus momentos de abatimiento: Vivo en un reino milenario, e s cierto, sólo un mar de jazmines me rodea, Salgo a los bosques cuando el cielo teje la medianoche, solo y en silencio con mi vida; el destino no me deja lanzar mi flecha como yo quisiera al corazón del jabalí y la luna: nunca doy en el blanco, y sólo puedo

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