La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis

122 su patria y su hogar, Ulises descubre un último rostro de ella. Éste no es un elemento de la Odisea homérica o que al menos la recuerde. Su esposa le parece ―una mujercilla‖, dueña de casa ya marchita. El hijo más parece un anciano que un joven, con sus limitadas miras. Y el padre está ya decrépito. Es el momento en que la sensación de desencanto que ha experimentado desde su llegada a Itaca, toma forma definida. Sella sus labios amargos y no pronuncia ya palabra. [...] Vuélvese y mira a su mujer, divisa al hijo y al padre, y estremecióse de súbito, suspiró y tocó sus labios con la mano: ahora comprendía: también era la patria rostro dulce de la muerte. Como de fiera que se cogió en la trampa, sus ojos giran y se mueven llameantes, amarillos, en sus profundas cuencas. Estrecho como aprisco de pastor parecióle el palacio paterno, una dueña de casa ya marchita también esa mujercilla, y el hijo, como anciano octogenario, todo lo pesa con cuidado 204 . Casi desde el comienzo, Penélope ha intuido la desazón de Odiseo y ahora parece adivinar su pensamiento. Esta vez, su llanto es inmenso, sin esperanza: Se acaba y se marchita el fuego y débilmente lucían las cuatro cabezas y las lustrosas piernas de Telémaco; y lentamente en el silencio trémulo estallan desesperanzados en aniego, como caídas de agua, los sollozos de Penélope 205 . La mujer no tendrá ya nunca más la caricia de su esposo. En su soledad y dolor, sólo halla la compasión del hijo: Tenso saltó el hijo al trono de su madre y se detuvo y con muda piedad tocó sus hombros albísimos. Después de la muerte de Laertes, se acrecientan en Ulises la sensación de encierro y la idea de volver a hacerse a la mar: Erguido en su umbral de bronce, el piélago contemplaba y brincaban peces y bajeles, en cardúmenes, dentro de su espíritu. 204 Ibídem, II, 429 y 432-439. 205 Ibídem, II, 447-450.

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