La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis

120 y Nausícaa. En un momento, Ulises interrumpe su relato y vacila. Por instantes, un sentimiento de vergüenza ante la esposa y su hijo lo hace dudar. Pero el ánimo de decir la verdad se impone en él: Calla el sagaz vagabundo y en silencio medita cómo vestir sabiamente la verdad con vestiduras ambiguas; pues se avergonzó ante su mujer y se sintió débil ante el hijo; pero el engaño aparta altivo, sacude la cabeza, y ¿vamos!, ya navega sin impedimentos por la oceánica memoria 200 . Fugazmente, pues, aquí Odiseo ha tenido en cuenta a Penélope y ha estimado que algunas de sus acciones durante su largo vagar, no han sido correctas y su conocimiento puede herir a la esposa y escandalizar al hijo. Pero aparta la duda y comienza a narrar el episodio de Calipso. Cómo la diosa lo envolvió y lo sedujo, y él fue feliz con ella; y, poco a poco, la naturaleza divina empezó a penetrar en él y, por eso, comenzó a olvidar su condición de mortal y todo lo que le era querido: su familia y su isla. Dentro del relato, por una vez se menciona a Penélope como ―la mujer‖, la esposa. El corazón de Odiseo se había quedado vacío de humanidad, al empezar a convertirse en dios, y ―en su interior se suavizaron y aliviaron los sufrimientos del hombre; se sumergió la tierra fulgurando en los abismos del olvido, y cual un juego luz y nube se agitaban en el viento; se unían, se separaban, se borraban el hijo, el padre, la mujer 201 . Prosigue el relato con la emocionante escena de la recuperación de la condición humana, a partir del hallazgo de un remo que el mar arrojó a la playa por donde vagaba Odiseo. Cuando éste se da cuenta de que ese trozo de madera es un remo, recuerda la vela y la quilla espumeante de su barco. Y todo lo humano, borrado hasta entonces, reaparece en su memoria: Vinieron en multitud los viejos compañeros con sus brazos tostados; vino también el mar y me golpeó y vaciló mi entendimiento, y de dónde partieron recordé y dónde ellos anhelan que yo vaya. ¡Ay!, era yo también un hombre ardiente y mi corazón bailaba. Y poseía yo patria, un hijo y una esposa y un navío veloz 202 . 200 Ibídem, II, 72-76. 201 Ibídem, II, 128-132. 202 Ibídem, II, 147-151.

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