La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis
107 y temblando se entremetió en sus pies y los talones le lamía; pero el terrible cazador se bebió los sollozos en secreto, asió ese cuello sucio que seguía aullando, y nuestro fiel lebrel muerto se derrumbó, y aún el triste rabo se estremecía por la dicha. Coral volviéronse los rasguños, orgullo del santo cuello, y en el medio una perla, la lágrima del amo; lanza las piedras de la tumba, ladra sorprendido, sus húmedas narices huelen el viento y tiemblan. En lo profundo del Hades oyó un silbido, y huellas amadas llenaron la tierra y el aire y agitaron el mar; y de nuevo fue un penacho su magra cola, le volvieron / unos dientes albos y se lanza hacia el mar: ―¡Qué alegría! En la gran necesidad ni al viejo padre llamó ni invocó a su gran hijo; ¡de toda su isla patria, sólo a mí me eligió y me recoge! O mi amo se casa o lucha-con-la-muerte; vamos: comer y festejar, si hay mesas preparadas, y si se trata de agonía, mis patas extender ¡y como un grueso cojín tenderme a las plantas del amo!‖ Y el viejo perro, tiritando sobre sus garras roídas, olió la brisa por todo el contorno y se lanzó hacia el sur 178 . Sólo cuatro versos más nos recordarán a Argos y su llegada a la barca de hielo de Odiseo y de su último gesto de amor hacia su amo, a quien esperó veinte años en la antigua Odisea , y cuyo llamado aguardó acaso por siglos o milenios. Han llegado y han subido a la barca de hielo las sombras de innumerables amigos y compañeros que fueron de Ulises. La última rapsodia del poema nos presenta una fantasmagórica multitud de personajes, cada uno de los cuales, con su presencia, nos recuerda episodios de la larguísima peregrinación que ha hecho el asceta moribundo. También el humilde perro logra llegar a la barca donde el amo agoniza, helado ya, recostado sobre el hielo que flota en los gélidos mares antárticos. Y en una postrera muestra de ternura, Argos trata de calentar los pies del asceta. Y lame sus pies el perro, las plantas se le entibian, y el hálito tibio de la tierra coge su corazón; 178 Odisea K, XXIV, 738-771.
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