La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis
106 imagen, el poeta expresa la ternura de Argos, su amor por el amo al que tanto esperó. El perro es el más desvalido, el de vida más breve, de cuantos aguardan el regreso de Ulises. Si éste no llega, Argos no podrá vivir mucho más. Pero Odiseo llega y en la intensa emoción del reconocimiento, el animalito quiere expresar su alegría. No puede saber que no es oportuno hacerlo. Y el propio amo amado lo lastima. Sin embargo, Argos no se resiente; al contrario. Y en sus despojos, esas lastimaduras se convierten en un collar de coral y en hermosa perla. Ahora, en su tumba olvidada, allá en Itaca, escucha allá el llamado de Ulises, y se siente ufano, porque el amo ―en la gran necesidad‖, solamente a él lo ha invocado entre los habitantes de Itaca, y no a su padre o a su hijo. Argos piensa regocijarse con Odiseo, si el motivo de la llamada es un acontecimiento feliz; pero si el amo llama porque está en agonía, se tenderá a sus plantas como un blando cojín. Y parte entonces hacia el sur. Como se ve, el pasaje comienza con la llegada del perro a la ribera helada desde donde hay que salir a buscar la barca de hielo en la que navega Ulises, y termina con su partida desde su tumba en Itaca. Más adelante, en el poema (versos 1291-1294), sabemos que Argos llega donde Odiseo y alcanza a lamerle los pies y logra entibiárselos un poco, pero aquél no alcanza a acariciar al pobre-animal-en-los huesos, pues su fragata-de-hielo se remece y se inclina. Leamos el pasaje en que el perro Argos se nos aparece, a tantos años de Homero. Y notemos que el poeta ha santificado al animalito; nos habla de su ―santo cuello‖, utilizando un término que Odiseo sólo usa cuando recuerda ―la santa sonrisa‖ de su madre y habla del ―rostro santificado‖ de su padre muerto. Llegaban a a la orilla, refrescábanse, los lejanos-invitados, se unían con la espuma y navegaban, volaban con los petreles, y cuando la gran ribera se quedó vacía, un pobre / perro-en-los-huesos se estremeció con ansia, husmeando el aire. De muy lejos partió, desde las costas de la fresca patria. En el hoyo en que por años se pudría su osamenta vieja, oye el llamado del amo y el gran requerimiento; y salta moviendo el rabo y parte a lo largo de los aires. Aún sangre tenía el cuello tibio de cuando las uñas del señor lo agarraron sin piedad en uno de los patios, para que / de gozo no ladrara y los soberbios pretendientes no supieran que / el dueño-de-casa había llegado. Bien distinguieron los ojos legañosos a Odiseo, y se le arrastró, gimiendo, con queja inexpresable,
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