La Odisea en la Odisea: estudios y ensayos sobre la Odisea de Kazantzakis
104 para la anagnórisis . Ahora sí lo reconocerá Penélope. En el poema irlandés, se trata en realidad de una perra Ulises "no esperaba encontrar ya con vida y que sólo come de la mano de Ulises, o de las de Penélope y el mayordomo. La describe Ulises y ordena que la traigan". Y también en este poema, la manifestación de amor de parte del animal es notable, como en la Odisea homérica, aunque con matices diferentes: "Cuatro hombres se levantan a buscarla y la perra al oír su voz rompe las cadenas, los deja tendidos en el suelo y salta a su regazo a lamerle el rostro. Es la prueba definitiva, todos se abalanzan ante el héroe, todos menos la reina, que se queda quieta. Exclama: 'numeroso es el pueblo del poder sobrenatural', pero resuelve mantener su celibato hasta que su esposo recupere su aspecto. Tal sucede una semana después" 175 . Desde que las sombras de la muerte envolvieron a Argos pasaron quizás cerca de tres mil años. Vemos reaparecer al perro en la nueva Odisea en tres pasajes sólo un poco más extensos que el que hemos recordado del poema homérico. Y al igual que los versos de Homero, estos pasajes de Kazantzakis están impregnado de honda emoción. Es curioso que el Odiseo de Kazantzakis, que poco antes de morir llama a todos los que lo amaron, vivos o muertos, haga a su perro no sólo ese llamado común, que hará movilizarse a buen número de personas desde distintas latitudes, desde la tumba o desde el mundo terreno, para alcanzar la barca en que el moribundo se dirige a los hielos antárticos. Antes, cuando el peregrino ha llegado al extremo meridional de África (rapsodia XXI), después de hacer un recuerdo de sus compañeros muertos – Rocal, Orfós y Centauro -, se sumerge en el agua y luego se va por la playa y encuentra a unos pescadores que remiendan sus redes al sol. Los saluda a grandes voces, pero el rugir del mar ahoga sus palabras. El poeta compara el jugar del mar con el del perro que reconoce, jubiloso, al amo. Y Odiseo saluda al mar, como si fuera un perro suyo y lo acaricia, y entonces recuerda al fiel Argos. Aquí el mar es la casa a la que llega el asceta peregrino, antes gran navegante, y la ola es el perro viejo y fiel que no lo ha olvidado. Es hermoso el paralelismo de estas imágenes con aquella realidad de la llegada al hogar y el reconocimiento por parte del pobre perro Argos, allá en los versos homéricos: Y a poco, he allí pescadores que remendaban sus redes al sol: ―¡Buena pesca, muchachos!‖, grita el arquero en voz tonante; pero el gran viento sus palabras recogió y las dispersó / en las aguas. 175 Ibídem, loc. cit.
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=