Salud mental y contrainstitución
ción de las pacientes, negociando con los profesionales del recinto penal que ellas podrían abandonar el grupo cuando 10 estimaran conveniente, sin ninguna repercusión para sus antecedentes penitenciarios. Se intentaba velar, como en cualquier contexto clínico, que las pacientes fuesen libres de dejar el tratamiento cuando 10 quisieran. Por otro lado se optó por no tener acceso a los antecedentes penales de cada paciente ~a su motivo de su reclusión, su índice de conciencia de delito y sus antecedentes previos-, de modo de intencionar un trabajo con pacientes y no con "reclusas". Asimismo, se buscó que la participación de las pacientes en el grupo no estuviera ligada a la obtención de ningún tipo de beneficio dentro de la cárcel. Esta lógica de "no beneficios" resultó muy difícil de entender para las pacientes, generando enojo y decepción en muchas de ellas. En la cárcel todo está regulado por los beneficios, estando cada actividad atravesada por el premio o el castigo de "la conducta". La reacción ante el dispositivo La institución se hace oír no sólo por sus representantes -gendarmes y profe– sionales- sino que también por las mismas pacientes. "Las rejas también están dentro de nuestras cabezas", dice una mujer en una de las primeras sesiones. La institución se imprime en la forma de actuar y de pensar de cada individuo que participa de ella, generando entonces una subjetividad particular. La gestación de un espacio -como el grupo- en el que fuera posible pensar y cuestionar, se transformó en un elemento que transgredía lo establecido por la institución. Esta transgresión era resentida por las mismas pacientes, quienes durante las primeras sesiones presentaban una fuerte desconfianza ante el dispositivo. "Yo no confío en las otras internas, no creo que eso se respete", señalaba una paciente inmediatamente después de que se planteara la regla de confidencia– lidad. La idea de no revelar 10 que se habla dentro del grupo, como un elemento básico para el funcionamiento de éste, parece ser algo difícil de pensar por las participantes: "Aquí todos saben todo". Hay también una cierta incomodidad ante el modo de trabajo inestructurado; la consigna "hablar libremente de lo que se les ocurra hablar', generaba desconcierto, risas nerviosas e incluso desconfianza hacia los psicólogos: "¿por qué no nos preguntan?", interrogaban las pacientes al inicio de las primeras sesiones. Se hacía evidente cómo intentaban obtener pistas sobre algún criterio de cómo comportarse, un modelo a seguir, una pauta de lo que se esperaba de ellas. Su petición era el de ser tratadas como "internas", al menos así, sí sabían qué era lo que se quería de ellas. y la pregunta que surge entonces es: si este "taller" no pretendía evaluar y tampoco les entregaba beneficios, entonces, "¿para quésirve?". Esta interrogante se 92
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