Salud mental y contrainstitución

En este sentido, quizás la condición de posibilidad de mantener lo institu– yente o, por lo menos, algo parecido a ello sería, como señala Ricardo Grimson 5 , favorecer espacios de autoobservación, de análisis, lo que ya permea espacios, de reconducir y repensar el quehacer dentro de una institución en su tendencia a la concentración del poder. Por último, a la luz de la experiencia presentada y dentro de su relevancia, es posible pensar el lugar de los profesionales frente a intervenciones o experiencias como ésta. Es decir, ¿cuál es nuestra postura frente a acciones disruptivas por parte de los sujetos de intervención dentro del funcionamiento institucional en el cual estamos inmersos?, e incluso ¿qué función ocupamos en la forma de intervenir en nuestro ejercicio profesional para permitir espacios posibles de pensar lo instituyente? Preguntas que me parecen pueden contribuir a reflexionar sobre las tensiones dentro de las normativas que regulan las formas de expresión de lo libidinaJ y del intercambio simbólico al interior de una institución, para generar espacios que fomenten la salud mental de los sujetos, desde formas distintas de hacer, ser y estar en un grupo dentro una intervención psicosocial o terapéutica a pensar. 5 R. Grímson, La cura y la locura. Buenos Aires: Ediciones Búsqueda, 1983. 90

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