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Tecnologías sanitarias en el contexto social: una reflexión bioética
se que la “eficacia” no es valor absoluto
sino relativo y que depende de factores
tanto técnicos como simbólicos. Por
ejemplo, no toda técnica que produce
efectos es una técnica terapéutica. Para
rotularla de tal previamente debe iden-
tificarse qué permitiría cualificarla en tal
sentido. Aunque ello puede ser sencillo
en algunos casos, en otros justifica una
neta separación entre efectos buscados y
efectos laterales, entre beneficios y cos-
tos, entre lo deseado y lo producido.
La “brecha epistémica” apela a que el
conocimiento no es una simple acumu-
lación de informaciones sino articula-
ción de éstas en cuerpos significativos,
con sentido e interés interpersonal.
Saber es participar de un conjunto de
personas que otorgan el mismo signifi-
cado a los signos y símbolos que inter-
cambian. Si bien puede decirse que los
elementos para construir conocimientos
se encuentran hoy disponibles más fácil-
mente, el saber –en tanto información
articulada– es un logro de obtención
más difícil, toda vez que involucra dar
sentido a lo sabido en un plexo de in-
tereses sociales. Ello implica cualifica-
ciones propias del grupo que corporiza
tales intereses. Así, “saber de” SIDA no
es lo mismo para un epidemiólogo que
para un virólogo y, por cierto, es dife-
rente para un enfermo. Aún cuando
todos tuvieran, aparentemente, la mis-
ma “información” (por ejemplo, que el
virus exhibe formas mutantes) le darían
distinta importancia. La información
“significaría” algo distinto para cada
uno de ellos.
“Uso apropiado” de las
tecnologías
La correcta valoración y el uso “apro-
piado” de las tecnologías son en reali-
dad procesos sociales más que técnicos.
La misma distinción entre medios “or-
dinarios” y “extraordinarios”, que tan-
to relieve alcanza en el tratamiento de
los moribundos, tiene validez según el
contexto y la circunstancia y relativiza
el concepto de “avance técnico”. No to-
das las mejoras instrumentales pueden
considerarse automáticamente avance o
progreso si no son empleadas con sen-
tido de la prudencia y la oportunidad.
El reto que hoy plantean las tecnologías
no es cómo tener más sino cómo tener
las mejores, esto es, más adecuadas al fin
que se supone sirven.
A estas consideraciones, que suponen
un empleo de la razón con orientación
de prudencia, cabe dar el nombre de
“ilustración tecnológica”. De no dife-
rente forma, la Ilustración europea sig-
nificó el uso de la razón para dar cuenta
de los usos de la misma. Por sobre todo,
representó y representa una confian-
za en la mente humana universal para
abordar los dilemas de las circunstancias
y para hacer frente al “caso” –siempre
distinto y siempre problemático– con
principios generales y eternos. El tecnó-
crata embelesado por los logros de sus
artefactos puede necesitar cierta dosis de
modestia para limitar la arrogancia. El
ciudadano común y corriente precisará
algún conocimiento de las limitaciones
de las técnicas para moderar el asombro.
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