Palabra dicha: estudios sobre género, identidades, mestizaje

Así, a pesar de los deseos de co1rfiguración de una sociedad bo1nogenea que eljrnina lo mestizo y " reduce" lo indio, los "rotos" constituyen el espejo trizado donde la "chilenidad" contempla su propia imagen hecha jirones. A todos en alguna circunstancia se nos puede "salir el roto" o "saLirel indio" ("mostrar la hilacha") y esa posibilidad es la que habla de que hay algo que reside oculto en los pl iegues de las imagenes que he1nos construido sobre nosotros mismos. Pode1nos sentimos los ingleses de América Latina, incluso "despegar" de este continente tercermundista; pero el "indio-roto" nos an1enaza. Tal vez si hicierrunos el ejercicio de pensarnos desde el ladono blanco y creyéramos, entre otras cosas, que lo flemático nos viene de lo indígena, que el hablar bajo y poco es un rasgo del mundo andino, que nuestra capacidad de abrimos a los múltiples elementos culturales se relaciona con la caractetistica 1napuche de aceptru· lo nuevo sin perder lo viejo, estaríamos frente a un imaginario que nuevamente deja fuera la otra parte que nos ha gestado. Por ello, el desafio parece ser el encontrar conceptos y símbolos que representen la síntesis de las diversas vertientes que nos formu lan. Antes planteamos que lo que se oblitera simbólicamente en la constitución de nuestra identidad es la madre india, sacrificio necesario para que nuestro 1 1estizaje se vista de b lanco, muerte que permite un re-nacimiento y la sutura parcial de las heridas. Pero la Madre, en tanto arquetipo fundante, vivirá en el culto mariano, cuyos sunbolos y rituales sincréticos verifican nuestro origen en unvientre común9; ella, alegorizada en La Tirana, la Candelaria, laVirgen del Carmen, entre otras advocaciones, an101tiguará el conflicto del origen al erigirse co1no fuerza genésica, mantoprotcctor, cobijo de todos, de blancos y no blancos, de mestizos, de indios- rotos. Así, laMadre en el cielonubló con su fulgor la imagen fundacional de la madre1napuche; pero no obscw·eció su rostro de dadora de la vida, de madre sola, de 1nadre poderosa. Por otra prute, las1nujeres mapuches, las cautivas, las antiguas sirvientas, las mancebas de los españoles, las madres solteras, aquellas que el imaginario mestizo trasladó a la reducción, al país sureño, al espacio del olvido, se desplazan, como en en unjuego elíptico, y re-toman a Chile central.Movimientomigratorio que las "devuelve" al sitioque deseó exiliarlas. Entonces, serán las "nanas" , las madres sustitutas, las co-1nadres de los niños de clase media y alta. Otra vez socializadoras, nutrientes, tejedoras incansables del cotidiano. Esa mujer devaluada, en tanto fundadora de nuestros linajes, permanece acantonada en espacios familiares que, pese a la 'modernización', la necesitan para reproducirse, no sólo en lo doméstico, sino en lo simbólico. Es como si la 1nemoria no dejru·a de mencionar el sitio primigenio que nos hizo nacer. Así, nuestra cultura crea la representaciónde lo femenino mapuche como "la otra madre" (la "nana" que cría a nuestros niños y elabora los alimentos, ordena la casa), aceptando su presencia, aunque subordinada, en el universo ¡privado de las familias. La otra forma enque su 158

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