Palabra dicha: estudios sobre género, identidades, mestizaje
mestizaje queda suspendido, por ello sólo es posible nombrar lo 1napucbe como una categoría racial que diferencia por oposición a unos habitantes de otros. Pero, a pesar de los deseos de configuración de una sociedad bomogenea que elimina lo mestizo y "reduce" lo indio, los "rotos" - como categoría que emerge en el sig]o XIX- constituyen el espejo trizado donde la "chi lenidad" conten1plará su propia imagen hecha jirones. A todos en alguna circunstancia se nos puede "salirel roto" o "salir el indio" ("mostrar la hilacha") y esa posibilidad es la que habla de que hay algo que reside oculto en los pliegues de las imagenes que hemos construido sobre nosotros mis1nos. Asimismo, las mujeres 1napuches, aquellas que el imaginario mestizo trasladó a la reducción sureña, al espacio del olvido, se desplazan, como en en unjuego elíptico, y re-tornan a Chile central (tal vez porque ser ese cuerpo cautivo que viaja se ha impreso en su psiquis). MoviJniento n1igratorio que las "devuelve" al s itio que deseó exjliarlas. Entonces, serán las "nanas", las madres sustitutas, las co-n1adres de los niños de clase n1edia y alta. Esa mujer devaluada, en tanto fundadora de nuestros linajes, permanece acantonada en espacios familiares que, pese a la 'modernización', la necesitan para reproducirse, no sólo en lo dornéstico, sino en lo simbólico. Es como si la memoria no dejara de mencionar el sitio primige11io que nos hizo nacer. Así, nuestra cultura crea larepresentación de lo ferneninomapuche co1no "la otra madre" (la "nana" que cria a nuestros niños y elabora los ali1nentos, ordena la casa), aceptando su presencia, aunque subordinada, en el universo privado de las familias. De esta n1anera, la "otra n1ujer" (la que simboliza las diferencias entre blancos y no blancos) transformada en' la otra madre' da cuenta de los modos en que la presencia femenina mapuche gravitó y gravita en nuestra sociedad. El proceso de 1nestizaje, como hemos visto, la desplazó a unlugarsombrío; lugarde sepulturaendonde lo indígenarepresentado por ellaquedó depositado como estigma de inferioridad. De allí que el tnodelo preferido fue el del padre espar1ol y su imitación la norma que la cultura sancionó como valor. La represiónde lomaterno mapuche posibilitó la imaginería de tma unicidad "blanca", en donde las diferencias se tornan inquietantes, sospechosas y sólo aceptadas en tanto subordínadas al Orden de lo ho1nogeneo. Tal vez elJo has ido posible por la temprana existencia del espacio fronterizo que "mstituyó" las relaciones interétnicas a través de los Parlamentos 19 , 1nediación que colocó al "otro" mdio en w1 sitio definido, pero inquietante: " ...esta peculiar integración de lo mapuche es lo que lo ha transformado, para la imaginería hispano c1iolla en un "fantasma", objeto de temores y de sobresaltos los cuales sólo se aplacan con la 1nediación política" (Foester, 1994). Así, el recorrido que hemos propuesto desea trazar la correspondencia de una historia en donde lo femenino y lo indígena son representados corno valor y como antivalor. Por UDa parte, se esconde lo 1napuche al negar el nacimiento de nuestra sociedad a través del mestizaje y lo 129
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