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Duro oficio el de prologuista. Nos llenamos de tentaciones al tener
una hoja en blanco con la certeza de que va a ser publicada con
nuestras palabras. El ego se alza con fruición ante lo que vendrá,
ya que éste será un espacio para exponer las ideas propias y el
lucimiento personal. Olvida el prologuista muchas veces que su
deber es poner palabras para motivar la lectura de la palabra del
autor e incitar a quien ya tiene el libro en las manos a entusiasmarse
con una lectura que está a punto de iniciar.
No olvidaré mi deber, resistiré mis tentaciones, aunque sea sólo por
poco tiempo.
Me llega el original de esta obra por la mano propia del autor. Es mi
amigo y mi camarada, a quien conocí en 1968, cuando yo entraba a
la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile. Dirigente avezado
ya, audaz, combativo, entusiasta, rebelde por opción, disciplinado
por nacimiento. Ricardo Hormazábal es un líder natural, con las
dotes propias de un dirigente, orador entusiasta y entusiasmante, de
memoria excepcional que registra sus vivencias, lector incansable,
comprometido con las ideas, con sus orígenes, con sus opciones
políticas y personales.
Siempre me impresionaron su claridad de exposición, su vehemencia,
su humor agudo, la vivacidad de su diálogo, la habilidad para debatir
con una capacidad argumental veloz y aguda. Hormazábal logra un
equilibrio significativo entre la ambición y la modestia. No se pone
en primer lugar, está siempre dispuesto a servir a su causa y a su
partido con un poderoso sentido del sacrificio personal, pero no duda
en ejercer el cargo para el que se le elige o designa o cumplir la tarea
que se le pide. Puede ser embajador con todos los oropeles propios
del cargo o modesto militante que viaja en bus para visitar a sus
camaradas de Melipilla, Curicó o La Serena y conversar con ellos
sobre la política nacional, el partido de fútbol, asuntos de fe, libros,
cuestiones doctrinarias o los chistes que circulan en el ambiente.
p
r ó l o g o
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