Decantaciones. Política y democracia cultural: un diálogo global

Carla Pinochet Cobos 48 responsables de la política cultural —ministerios, secretarías, agencias— a responder de manera simultánea a demandas heterogéneas y, en muchos casos, contradictorias. En el centro global, las primeras formulaciones del para- digma de democracia cultural (Kelly, 1984), se orientaron a cuestionar frontalmente la autoridad que monopoliza la defi- nición del valor artístico de una obra o producto (Hadley & Belfiore, 2018). Para el autor, la jerarquía cultural establecida —que eleva el gusto de ciertos sectores sociales al rango de gusto “civilizado” o naturalmente superior— no puede expli- carse únicamente por el origen de clase o la falta de movilidad social. Más bien, sostiene que existen múltiples trayectorias que conducen a la adhesión a ese sistema de valores aparen- temente inapelable. De ahí que, como recuerdan Hadley y Belfiore, el desafío no consiste simplemente en extender el estatus de arte a prácticas que históricamente han sido excluidas, sino en cuestionar y reemplazar por completo la escala de valores sobre la que se sostiene dicho régimen de legitimación. La política cultural adquiere así un carácter radical y transformador, no como ejercicio de inclusión de lo diverso dentro de un marco predefinido, sino como proceso de afirmación de la capacidad de las comunidades para representarse culturalmente por sí mismas. No se trata de conceder un lugar a aquello que fue desplazado, sino de reconocer su existencia cultural en tanto forma soberana e insubordinada. La distancia entre los marcos teóricos y su aplicación concreta suele ser reveladora de las tensiones latentes en el propio concepto. En el caso británico, si bien la política cultural buscó dejar atrás el llamado modelo de déficit —asociado a la democratización de la cultura— para transitar hacia una noción más amplia de democracia cultural —centrada en el

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