Decantaciones. Política y democracia cultural: un diálogo global

Hacia una democracia cultural situada. Desafíos de las políticas culturales desde América Latina 47 de democratización cultural se fundan, entonces, en una lógica de irradiación: un repertorio limitado de producciones provenientes del campo de la alta cultura debe ser compartido con públicos más amplios y diversos. En contraste, la pers- pectiva antropológica amplía la comprensión de lo cultural, incluyendo no solo las expresiones artísticas sino también las formas de vida, creencias y prácticas propias de distintos grupos humanos. Desde esta visión relativista, que promueve la igualdad entre sistemas simbólicos, la política cultural busca reconocer y visibilizar la diversidad local, más que expandir de manera unidireccional una oferta determinada. Las políticas de democracia cultural se sitúan precisamente en este segundo marco, orientándose a legitimar la pluralidad de voces y manifestaciones. De este modo, cuando predomina la lógica estética, la cultura se convierte en un marcador de distinción social basado en el gusto y el estatus; en cambio, bajo la óptica antropológica, se torna expresión de la autenti- cidad y la memoria colectiva, ilustrando las diferencias entre culturas a nivel global (Yúdice & Miller, 2004). A pesar de la expansión del concepto —o quizás debido a ella—, la coexistencia entre estos dos enfoques no ha sido sencilla ni lineal. Aunque parece haberse naturalizado la idea de que “la cultura está en todas partes” (Hannerz, 1996), lo cierto es que estas concepciones conviven de forma tensa, y a menudo se solapan dentro del mismo discurso o en el diseño de las políticas. Con frecuencia, se exige a una polí- tica formulada desde una de estas lógicas que dé respuesta a las expectativas asociadas a la otra. Así, iniciativas centradas en la promoción de las artes pueden ser cuestionadas por no reflejar adecuadamente la diversidad sociocultural, mientras que programas que valoran expresiones culturales locales son deslegitimados en función de criterios de calidad defi- nidos por las élites. Este escenario obliga a las instituciones

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