Decantaciones. Política y democracia cultural: un diálogo global
De la cultura democrática a la democracia cultural 163 La primera de ellas, ligada a las violencias simbólicas en los espacios en que convivimos, nos permite cuestionar cuánto incidimos en ellos, así como a cuestionar desde qué lógicas se construye la ciudad. Si la ciudad es el espacio del encuentro, ¿es posible encontrarse dialógicamente cuando la misma ciudad legitima violencias o mal reconoce a sus mora- doras y moradores? Por lo visto, hay un evidente reclamo por las ciudades, sus formas e hitos. Hay un ánimo por conver- tirlas en escenario de acuerdos donde quepamos sin vulnera- ciones a nuestra dignidad. La segunda escena nos da la posibilidad de preguntarnos cuán buenas son las instituciones culturales para escuchar, alentar la participación, y permitir que estas se sientan parte de la institución tanto afectivamente como en un rango de intervención efectiva. Los cabildos vecinales y asambleas terri- toriales hicieron algo que se dio de manera simple: hablar y escuchar de cosas que les importan a las personas, con la idea que pueden participar y afectar algo, y que en ese hablar y escuchar se tenga la certeza de ser atendido por otras y otros en espacios de confianza. La tercera escena, finalmente, apunta a establecer puentes que se basen en una valoración de la vida cotidiana y sus formas, no en un ideal de lo que las personas debieran ser, pensar y conocer. La apuesta al papel no como rechazo ideológico a la tecnología o como puro resabio nostálgico, sino como una interfaz comunicante que permite —en tanto proceso (de hacer la revista), producto (la revista) y proceso otra vez (de compartirla, conversarla)— lazos propios de una relación humana deseada que tenga sentido. Sentido como pudiera ser lanzar poemas desde el cielo en ciudades víctimas de bombardeos aéreos (Bianchi, 2020); o sentido como ver
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