Decantaciones. Política y democracia cultural: un diálogo global
Jorge Saavedra Utman 162 habitamos desde las paradas que hicimos. Primero revisamos la cuestión del reconocimiento y, en especial, del mal reco- nocimiento a culturas, personas y formas de vida. Esto tiene consecuencias en la sociedad entera, en ciudades concretas y, por cierto, en instituciones públicas y habitualmente asociadas con lo cultural, como los museos. Solo en este ítem, hay diversas preguntas que podemos hacer a nuestro entorno. Una de ellas cruza de Londres a Santiago: ¿Quiénes visitan los museos? ¿Quiénes se sienten interpelados? ¿A quiénes se excluye? Por más que estos sean de acceso gratis, que digan “entrada liberada” y que tengan sus puertas abiertas, quién es excluida/o y qué se hace para revertirlo. Luego, hemos visto cómo la cultura con que cargan, especialmente, quienes han sido mal reconocidos, es una cultura donde no pueden intervenir, sino solo aprender, recitar, abrazar. Tal cultura, preeminente en los diseños insti- tucionales dominantes, es una que moldea miradas, gustos, y la totalidad de un mundo que se nos entrega naturalizado pero que, no obstante, no es granítica y entra en crisis. Aquí la pregunta, por ejemplo, para las instituciones culturales, es si fomenta y/o se hace parte de la crisis como lugar de encuentro y pensamiento. La crisis es consustancial a los procesos de vida colectiva y la democracia debe alentar, precisamente, que esa crisis alimente la democracia. En el caso de América Latina y, más precisamente, de Chile, la crisis democrática reclamó una cultura democrática diferente. ¿Cuánto de eso permeó y permea una posible democracia cultural? ¿Cómo imaginamos una crisis que la alimente? En virtud de esta pregunta revi- samos las tres escenas del último tercio de este capítulo. Las revisamos porque allí hay una realidad concreta que esboza preguntas valiosas y caminos sugerentes.
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