Decantaciones. Política y democracia cultural: un diálogo global

Jorge Saavedra Utman 154 radio auspiciados por marcas de gasolina o pasta de dientes, y al cine en serie de Hollywood. Adorno y Horkheimer vieron en este nuevo mundo que la cultura se había vuelto una indus- tria tal como la del automóvil, una fábrica de producir objetos en serie, todos iguales, todos para el consumo de las masas. Claro que, a diferencia de la del automóvil, para ambos filó- sofos, la industria cultural tenía un fin político e ideológico: idiotizar a la gente y permitir el dominio total del capitalismo sobre la vida de las personas. Desde esta mirada de los teóricos frankfurtianos, la cultura (en su versión industrial) era un determinado impo- sible de combatir desde la autonomía personal. El individuo se hallaba tan idiotizado que no podría discernir, criticar o alejarse de una forma de vida capitalista que ganaba por todos lados: usufructuaba al tener a la gente comprando sus productos; secuestraba los ratos libres de las personas que creían divertirse cuando en realidad eran esquilmados de sus salarios en cines y kioskos; instalaba una forma particular de pasar el tiempo como el único pasatiempo; y proponía un modelo de sociedad donde cualquier crítica era reformulada y transformada en parte de la industria. Así, viniendo de veredas distintas, la cultura ha sido entendida como algo determinado, como un “paquete” dado que no tenemos chance de modificar. Al no poder modifi- carse, lo que hace esta forma de cultura es un ejercicio doble. Primero, otorgarse la necesidad de proyectarse en el tiempo. Y segundo, dotarse de instituciones, escuelas, doctrinas y formatos que extenderán tal o cual cosmovisión en las gene- raciones por venir. Es decir, transformarse en determinante, algo que en el contexto latinoamericano es particularmente lacerante.

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