Decantaciones. Política y democracia cultural: un diálogo global

Jorge Saavedra Utman 152 pensar y hacer se superpusieron a otras. Una segunda cosa es entender la cultura como espacio para pensar en posibles propuestas y campo de acción. Ahora, por qué, o, más bien, qué tendría la cultura que nos permite pensar que lo anterior es posible de hacer. Ante esto, dos respuestas. En primer lugar, porque la cultura nos permite comprender y acercarnos a fenómenos simbólicos y de formas de vida y, en segundo lugar, porque nos permite aproximarnos a la cultura no solo como algo determinado y determinante, sino también como algo por determinar. Y en ese determinar aparece con claridad la democracia cultural. Ya llegaremos a eso. Vamos, por ahora, con lo determinado. Una de las formas de entender la cultura, en tanto estética y forma de vida (Miller & Yúdice, 2002), es desde la rigidez de aquello que no puede o no debe ser alterado. La primera de estas formas de lo determinado la podemos traer desde nuestros más tiernos recuerdos, al menos para un niño chileno, cuando nuestros papás y mamás nos decían: “no sea ordinario, demuestre cultura”, “no repita eso, es de gente inculta”, o “parecen indios jugando con tierra”. Estas frases, que escuchamos cuando hacíamos algo indebido a la luz de los mayores, remi- tían a saberes y formas de comportarse dadas, una especie de manual que había que seguir o tratar de imitar para evidenciar nuestras credenciales sociales. Y eso lo aprehendíamos en el cotidiano. Lo veíamos y oíamos. Como cuando al escuchar a un señor recitar enciclopédicamente alguna información, a nuestro alrededor un adulto —con voz y respirar de admira- ción— espetaba “¡Qué persona más culta!”. Llevando esta mirada al campo del arte, un ejemplo de lo anterior lo encontramos en las maneras en que las artes visuales se concibieron en Chile y en América Latina: como

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