Decantaciones. Política y democracia cultural: un diálogo global
De la cultura democrática a la democracia cultural 151 Retomando a Jesús Martín-Barbero, en América Latina la historia del mal reconocimiento es consustancial a su exis- tencia y no lejana —como veremos más adelante en relación con estatuas en Chile— a la evidenciada por Ros Martin. El proceso de colonización y el nacimiento de los estados naciones latinoamericanos modelaron a la región desde la violencia, la inferioridad y el retraso. Primeramente, aparece el trauma de una violencia original permanentemente actua- lizada sobre quienes desde un principio y a lo largo de los siglos fueron considerados como bárbaros (Moraña, Dussel y Jáuregui, 2008). Luego vino el mal reconocimiento del colonizado como miembro de una raza de seres naturalmente errados (Reding, 2007) e incapaces de realizar actos racionales (Ortiz, 2000) y, por lo tanto, con la necesidad urgente de ser corregido/educado para lograr sociedades saludables. Y, en tercer lugar, acaeció el mal reconocimiento como una acep- tación a medias. Es decir, del ser latinoamericano como parte de poblaciones “atrasadas” que necesitan seguir el canon, el pensamiento y los objetivos occidentales (Castro-Gómez, 2008) para alcanzar el tren de la evolución humana. Salir del mal reconocimiento implica, entonces, romper la construc- ción hegemónica del ser latinoamericano. Cultura como determinado y determinante ¿Pero qué puede hacer la cultura, lo cultural, el trabajo en cultura desde una posición como la indicada en los párrafos anteriores? Una primera cosa es darle la bienvenida a la desnaturalización de lo evidente, a la desacralización de lo constituido como un sino; a cuestionar lo que aparentemente nos constituye. Es decir, auscultar los términos de referencia de una sociedad, sus marcos de relación, y verlos como algo construido arbitrariamente donde ciertas formas de ser,
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