Decantaciones. Política y democracia cultural: un diálogo global
Justin O’Connor 138 museos, caducan sus derechos de autor, se transmiten por TV. Así, los bienes culturales son bienes sociales irreductibles en dos sentidos: 1. Su producción es impensable sin el conocimiento acumu- lado de todas las producciones anteriores; son una especie de lenguaje especializado que debe aprenderse y practi- carse en estos ecosistemas públicos-privados complejos. 2. A su vez, contribuyen a ese lenguaje compartido, a esa conversación pública ferozmente compleja y multifacé- tica que es el arte y la cultura. Que la cultura debería estar libre de interferencias exce- sivas del gobierno, tener autonomía, ser incómoda y ruidosa es esencial para cualquier visión abierta y progresista de la cultura. Por eso es tan importante la economía cotidiana de las pequeñas y medianas empresas culturales, las cooperativas y los colectivos, las asociaciones, las redes sociales semifor- males —los clústeres y entornos del imaginario de la política pública actual— que producen los bienes públicos de una cultura multifacética y rebelde. Esto ocurre de forma más visible en su entorno inmediato: ciudades vibrantes, eventos y espacios culturales florecientes, comunidades fortalecidas, disputas democráticas, innovación artística. Como ha demos- trado la crítica al concepto de ciudad creativa , estos bienes públicos —conceptualizados como externalidades — son fácil- mente apropiados por el capital privado (inmobiliario, hote- lero, comercial, educativo), a menos que haya una interven- ción pública deliberada. Los intentos de los gobiernos locales por retener parte de estos bienes para el público también son una forma de bienes públicos: exigir espacios públicos abiertos, porcentajes para el arte, aportes a infraestruc- tura y eventos culturales locales, fondos fiduciarios y otras
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