Decantaciones. Política y democracia cultural: un diálogo global

Fundamentos, infraestructuras, bienes (y males) públicos 137 innovación artística y da vida a las ecologías donde ocurren el arte y la cultura. Puede parecer sencillo equiparar bienes públicos con los subsidiados por el Estado, pero el concepto también abarca regulaciones, fortalecimiento de capacidades, marcos legales y la licencia política general dentro de la cual opera el sector privado (Kaul, 2016; Frischmann, 2012). Los mercados dependen de toda una infraestructura legal y regulatoria y, como han demostrado Michel Callon (1998) y otros, nece- sitan ser creados y moldeados. El propio Hayek sostenía que los mercados solo podían funcionar dentro de un marco previo de valores compartidos (Slobodian, 2018) y, como dice Mariana Mazzucato (2024), pueden “inclinarse” mediante acción estatal concertada hacia los resultados de bien público que queremos que produzcan. Nancy Fraser (2022) sugiere que, en un modelo socia- lista, entre las bases sociales fundamentales y la producción industrial a gran escala, hay un lugar para el mercado. Y estas partes de la cultura entran de lleno en ese espacio. Crear un sistema de pago que “excluya” (poner un molinete, hacer que la gente pague, diseñar productos culturales como mercan- cías vendibles o protegidas por derechos de autor) requiere un modelo de negocio. Encontrar una forma de monetizar sin perder la autenticidad artística es un desafío que todo traba- jador cultural conoce muy bien. Estos complejos dilemas se conocen hace mucho en la economía política de la cultura, pero lo importante aquí es la tendencia inevitable de los bienes culturales a convertirse en bienes públicos. Los bienes culturales no se agotan por el consumo privado. Los productos culturales creados en el sector privado tienden a filtrarse: se comparten, piratean, copian, terminan en bibliotecas o en listas escolares, se compran para

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