En los bordes de la ilusión. La comunicación política en el gobierno de Gabriel Boric

Antonia Lira V. 246 embargo, al día de hoy, existe otra figura más bien simbó- lica, que cual estrella fugaz, logró brillar asombrosamente durante ese cálido octubre con olor a neumático quemado y hoy languidece en la negación absoluta. Su figura está vetada dentro del debate público y su nombre es prácticamente una abominación dentro del mundo político institucional actual. Es, quizás, el máximo símbolo de la revuelta: el “negro mata- pacos”. Aquel kiltro reconocido por los manifestantes recu- rrentes, solía rondar el eje de Alameda siendo un invitado de piedra a cuanta manifestación se presentara. ¿Su característica más particular? Su irrestricto sentido de protección frente a la represión policial de las fuerzas especiales de Carabineros. Numerosos son sus registros en internet demostrando su accionar “rebelde” enfrentándose a cuanto escudo, guanaco y luma se le cruzara. Este personaje prontamente se ganó la simpatía de los movilizados al punto de ser elevado cual ídolo popular: Poleras, chapitas, canciones, cintillos, stickers, banderas. Todo homenaje quedaba corto para tan noble ser. Sin embargo, los vientos cambiaron y hoy su sola refe- rencia conecta con la idea del “Octubrismo”, la legitimación de la violencia como medio válido de acción y el descrédito a la “cada vez más necesaria” labor policial. Las prioridades ciuda- danas tras más de 5 años, según las más diversas encuestas y los diversos medios de comunicación masiva, ya no son el cambio constitucional, la eliminación de las AFP, la educa- ción gratuita o la igualdad de género, sino que la seguridad, el combate a la delincuencia y el freno a la batahola migratoria. Cual Simón Pedro con Jesús capturado, “el matapacos” ha sido negado por cada uno de aquellos que alguna vez lo reconocieron como un símbolo, y el presidente y los suyos no son la excepción.

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