Ars Moriendi: reflexiones en torno a la muerte
        
 69 florece porque la muerte la alimenta. Este equilibrio cósmico sostenido por la entrega ritual se refleja en la cotidianidad y en todo objeto cultural, pues fungen como puentes simbólicos entre el mundo humano y lo sagrado. Octavio Paz lo señala como “la vida de aquí abajo es un reflejo del drama cósmico” (Paz, 2006, p. 36). Así, la muerte, lejos de ser el final, para el universo mesoamericano, es la pro - mesa renovada del origen, y vivir es inevitablemente prepararse para morir, en una lógica que, paradójicamente, exalta la vida. Se ha llamado a los mexicas el pueblo de la muerte, ya que esta se hallaba presente en todos los actos de su vida “desde un adorno, hasta el tzompantli y en el nombre de un día (...) miquiztli , muerte” (Matos, 1975, p. 60). El Huei Tzompantli es el más grande tzompantli conocido hasta el momento. El cronistas Andrés de Tapia, quien acompañó a Hernán Cortés en la conquista de Tenochtitlán, describe la existencia de dos torres cilíndricas de cráneos y varias filas con 70 o 60 vigas. Se calcularon sus dimensiones de 35 por 12 metros de ancho y De Tapia señaló un número total de unos 136 mil cráneos; sin embargo, los estudios arqueológicos recientes no han dado un número exacto, aunque se habla de miles de cráneos. Este gran tzompantli se encontraba en el cuadro ceremonial de Tenochtitlán, ubicado al frente del Templo Mayor y da cuenta de la muerte ritual, producto de la cosmovisión mexica. ARTE Y RITOS MORTUORIOS El arte surge de la muerte; arte y muerte se vinculan desde el primer atisbo de conciencia, desde el momento en que se cobran formas de entender la propia existencia, al adquirir la capacidad de reconocer que el otro ha acaecido. Desde esta mirada se desprende el pensamiento abstracto: la primera piedra, la marca, la tumba, el rito, la palabra... La muerte contrasta, enfrenta y sucesivamente construye al sujeto, y en ese camino, deja ver las formas culturales en las que la comunidad sale a su en- cuentro. Como señala Regis Debray: El nacimiento de la imagen está unido desde el principio a la muer te. Pero si la imagen arcaica surge de las tumbas, es como rechazo de la nada y para prolongar la vida. La plástica es un terror domesticado. De ahí que, a medida que se elimina a la muer te de la vida social, la imagen sea menos viva y menos vital nuestra necesidad de imágenes. (...) Es una constante trivial que el ar te nace funerario, y renace inmediatamente muer to, bajo el aguijón de la muer te. (1994, p.19)
        
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