Ars Moriendi: reflexiones en torno a la muerte
        
 58 receptora de sus ruegos a la divinidad o patrona de su localidad natal o su centro de residencia. Esto explicaría las ofrendas a los “muertos milagrosos” de santos y vírgenes de escasa tradición popular, pero muy famosos en el área de influencia de sus comu - nidades. Estos son los casos de San Expedito, Santa Rita y otros. Es la misma relación temática que se puede establecer entre el espacio cemen- terial y la existencia y permanencia del culto que se prodiga al “muerto milagroso”. Tal costumbre pudo haber comenzado con el solo hecho de que alguien se acercase a esa tumba a orar y posteriormente complementar esa oración con flores. Si aquel lugar fue preferido entre los demás y fue aglutinando personas, bajo la creencia de que, en efecto, el muerto allí sepultado hacía milagros, esto conformó una incipiente feligresía que también aseguró haber recibido favores. Algún individuo que dijo ser pariente de la milagrosa le dio el nombre de “Botitas Negras”. Los devotos que aseguraron ser familiares de la milagrosa, expusieron la foto de la difunta, y luego apareció el espacio que recoge las dádivas de los creyentes: velas, placas de agradecimiento y toda clase de flores e iconografía religiosa. Cuando el espacio también pasa a ser producto de un diseño que se estructura de manera popular y espontánea, aparece un segundo momento. Aquí, los feligreses y la comunidad cooperarán en la mantención y recuerdo del difunto, manteniéndolo en la memoria de la comunidad cementerial de la localidad y otorgándole a su vez una identidad particular y destacable en el conjunto cementerial; resaltarán el lugar y lo diferenciarán del otro contexto fúnebre. Un tercer momento lo constituirán el con- junto de artefactos, conformando un sistema caracterizado por flores, fotos, cruces, tarjetas, velas, placas, iconos de santos, vírgenes y patronos locales. Es como si la esperma de las velas, que se diluye y avanza en el lugar, confundién- dose entre los objetos, señalara que el difunto allí alojado mantiene un ritual permanen - te, constante y que avanza cada vez más ganando no solo un espacio concreto, que se plasma en un lugar, sino también un espacio social. Es el valor de la vela encendida lo que, con su luz y con la esperma que se diluye, mantiene el rito llegando a más y más feligreses, quienes arroparán al difunto, ya convertido en un “muerto milagroso”. El último momento se produce cuando los objetos se convierten en “artefactos ideales” que se expresan en lecturas, agradecimientos y relatos alusivos al difunto. Son “signos” que, al estar circunscritos en un espacio ritual, dan cuenta de la dualidad exis- tente entre la vida y la muerte: son connotativos y, por ende, conforman un sistema de carácter simbólico que define y caracteriza al “muerto milagroso”. Los momentos están completos y las formas artefactuales variarán en su orga- nización, pero las expresiones de gratitud asumirán el único rol social que tienen los “muertos milagrosos”.
        
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