Política y sociedad en Chile 2023-2024

Manuel Antonio Garretón y Silvia Lamadrid (Coords.) - 56 - Ignoro qué expectativas tiene el lector, si es que acaso existe, pero no me interesa mayormente el discurso presidencial en que se da cuanta a la nación, sino que me interesa por qué no interesa esa cuenta a la nación. Es un signo más del desinterés por la política que tantos signos tiene. Debiera ser lo más importante en una democracia que la máxima autori- dad dé cuenta a la nación que representa de la situación del país y de lo que se proyecta al futuro. Pero no. Se supone que en una democracia representativa las autoridades políticas representan al demos, al pueblo. Pero no. Se supone que en una democracia representativa la ciudadanía tiene un interés directo en la conducción de la sociedad, en los proyectos que se pre- sentan, en los líderes que pretenden dirigirla. Pero no. Es extraño, porque los supuestos son lógicos si la democracia es democra- cia. Pero esto de la democracia es más complicado de lo que parece. Porque lo que parece es que las personas concurren a elegir representantes y a tomar decisiones cuando se las convoca. El problema es que la democracia no ha sido nunca una suma de individuos, sino que de sujetos sociales. La democracia pensada en términos de individuos es un absurdo, un imposible. Cada indi- viduo, orgullosamente único e irrepetible, es absolutamente incapaz de hacer funcionar algo parecido a la democracia. En realidad, la democracia funciona sobre la base de colectivos: partidos políticos, movimientos sociales, adherentes a un líder. Ellos son los que pue- den generalizar y organizar intereses, sumar y coordinar ideas, elegir repre- sentantes, apoyar una ley, tener un proyecto. En la medida que los individuos se sienten parte de un colectivo que propone un candidato o una alternativa pueden participar en política, en caso contrario tendrán que entretenerse con su vida interior, si es que acaso la tienen. Si se examina la historia de la participación política en Chile se pueden distinguir dos procesos. Un proceso es el que se inicia con la emergencia de partidos de masa a partir de los años 20 del siglo pasado, culminando en 1973, y otro es el que parte en 1989, desde lo que puede denominarse Segunda República, y que dura hasta la actualidad. El primer proceso es de creciente incorporación a la política, mientras que el segundo proceso es de creciente desafección de la política. Esto no parece ser la simple inercia del movimiento del péndulo. En el primer momento, más allá de las modificaciones formales que incre- mentaron la participación electoral, ampliando el reconocimiento de racio- nalidad y capacidad política a sectores antes excluidos, como es el caso de las mujeres, de jóvenes y analfabetos, es posible observar cómo esa participación

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