Política y sociedad en Chile 2023-2024

Manuel Antonio Garretón y Silvia Lamadrid (Coords.) - 178 - hay actores que defienden una estructura y en esa medida se oponen también a tranformaciones específicas. Hoy día eso es básicamente la herencia del orden social generado por la dictadura. En el caso chileno, un buen ejemplo ha sido el tema de la reforma previsional, en que la oposición a cualquier cambio tenía como sentido el impedir que la más mínima modificación abriera el campo a una modificación o transformación del conjunto de la conformación social como puede serlo un cambio en el papel del Estado. Si bien hay un reclamo o demanda general de dignidad o igualdad, no pareciera esto constituir un horizonte o hilo conductor de un cambio histórico-estructural, por usar el clásico lenguaje cepaliano. Y es en este plano que hay que ubicar el problema de los consensos, más que en lo referido a las políticas y medidas específicas, como lo ilustra el caso del debate sobre pensiones señalado más arriba: no hay un consenso sobre el país que se quiere ni proyectos alternativos sobre ello. La ausencia de tal consenso histórico tiene que ver a mi juicio con el cam- bio del ethos o sentido de la democracia. Tanto los sentidos más republicanos o liberales, más socialistas o igualitarios, o más comunitarios, como los que primaron en algún momento de nuestra historia, se han visto penetrados, so- bre todo en las nuevas generaciones, por un ethos de subjetividad que vincula la democracia con la posibilidad de vivir como se quiere y que tiene como espacio privilegiado a las redes digitales, en que se vive la ilusión democrática alejada de los principios y mecanismos institucionales que en diversa medi- da estaban presentes en los ethos anteriores. Vivimos en sociedades en que el discurso y la pretensión de la política, causada por la crítica que se le hace de su lejanía con “la gente”, se hacen partiendo de la suma de problemáticas y demandas subjetivas o individuales o grupales, de “resolver los problemas de la gente”, sin abordar la cuestión central de generar las condiciones sociales, culturales, económicas del conjunto de la sociedad que permitan que la gente o el pueblo pueda resolver el conjunto de los problemas colectivos en el cual están inmersos los propios. Lo que está en juego entonces, como se ha señalado múltiples veces, es la relación entre política y sociedad, entre la política y el sujeto de la política democrática que es la ciudadanía o el pueblo. Se ha hablado de distancia o ruptura entre política y sociedad y ello tiene al menos tres dimensiones. La primera se refiere al debilitamiento del principio de representación entre acto- res políticos y sociales, que implica no sentirse representado por nadie excepto uno mismo o sus iguales. La segunda ruptura es entre movimientos sociales y la ciudadanía, lo que quedó en evidencia en el proceso constituyente, y cuya relación fue crucial en épocas anteriores en que ciudadanía y movimientos sociales estaban identificados a través de la política y partidos que los repre- sentaban, lo que se erosiona desde la segunda década de este siglo. La tercera tiene una dimensión cultural en que la ciudadanía siente, a diferencia de otras

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