Política y sociedad en Chile 2023-2024
Manuel Antonio Garretón y Silvia Lamadrid (Coords.) - 144 - gislar sancionando las muchas formas de violencia contra las mujeres y disi- dencias; pero los actos violentos siguen ocurriendo. La sanción pública ante esos hechos, con el movimiento feminista presionando, ha sido creciente. Pero sabemos menos (y sospechamos bastante) de los discursos privados. En los espacios de confianza, una proporción importante de las personas (como lo hicieron en la encuesta citada) sigue pensando (y actuando, a menos que los pillen) como siempre lo ha hecho, es decir, reproduciendo lo que recibió como la doxa de la sociedad patriarcal en que se crió. Aquella que niega la subjetividad de las mujeres y solo reconoce como sujetos con autonomía a los varones heterosexuales. Las mujeres (y las disidencias) somos la otredad, el espejo donde los hombres se miran para encontrar a un reflejo incompleto de sí mismos y que ellos pueden llenar de sentido al imponerles su voluntad. Las mujeres no saben lo que quieren, por eso tiene sentido seducirlas, presionarlas, conquistarlas, para que comprendan al fin que su verdad subjetiva es realizar el deseo masculino. Eso es lo que expresaba la antigua ley de matrimonio (Código Civil de 1855, art 32), vigente hasta 1989, en que la mujer debía obediencia al marido, en tanto el tenía el deber de protección. Y es lo que está detrás de la confianza con que el exsubsecretario afirmó en el momento de renunciar públicamente en La Moneda: “tengo la absoluta convicción de que no he incurrido en nin- guna conducta constitutiva de delito”. El hecho de ser superior jerárquico de la víctima en el trabajo, de que la presionaba para reunirse y que en el momen- to de los hechos ella no estaba en condiciones de otorgar su consentimiento, más que constituir la evidencia del abuso, para él parecen ser las condiciones normales en las que “el hijo sano del patriarcado”, como nos han recordado LasTesis, opera para obtener el acceso sexual a las mujeres, ejerciendo la com- binación de poderes que le da el patriarcado y la estructura de clases. Más complejo es entender la reacción primera del “gobierno feminista” ante la denuncia. Han pasado ya semanas, y aunque falta para saber exacta- mente qué ocurrió en los primeros días, los primeros movimientos indican que el denunciado por violación seguía contando con la confianza de su jefa- tura, como para permitirle la revisión de las cámaras de los lugares de los he- chos, usar la policía bajo su mando para eso, mantenerse en su cargo tres días más y renunciar públicamente en La Moneda. Al parecer, funcionó la cultura patriarcal y el “hermano, yo te creo”. Llama la atención en esos primeros días la escasa presencia pública de las ministras mujeres. Incluso el comentario de la ministra Orellana justificando al trato que estaba recibiendo el exsubsecre- tario porque no se trataba de un cargo cualquiera. Solo se pude decir que es imprescindible, más que nunca, el trabajo cons- tante de desmontar la telaraña que encubre las opresiones, en las cuales nos
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