Gabriela Mistral y la Universidad de Chile

203 QUINTA PARTE: 1951-1957 devengar debe ser bien cumplido y aunque él no sea cobrado explícita- mente, el caso es de el pagar sin llamado ni presión alguna. El profesional tanto como el artista, debe dar no sólo su ciencia sino su amistad cotidiana, al hombre y a la mujer cuyas vidas son unos largos y anchos purgatorios. Porque la pobreza que se desliza a miseria en ciertas labores y en climas fuertes de frío o de calor, mucho tienen de purgas que no purifican el cuerpo ni ayudan el alma, que o exasperan o embrutecen por el tedio puro. Dije “amistad” pudiendo decir “ayuda” a secas, porque se trata de regalar alguna asistencia y compañía consoladora. Casi siempre el hombre culto resulta criatura fuerte y, por lo tanto, capaz de confortar. Los recursos materiales son limitados, los del espíritu son mucho mayores de lo que creemos. Si la jerarquía social significa, como dicen, una escala de valores, quienes manden en cualquier orden serán lo más fuertes. Nosotros, los llamados intelectuales, debemos acercarnos al pueblo raso y gastar con él las horas que despilfarramos a veces en un tipo de vida mundana que a nada conduce; podemos, sí, convivir con él frecuentemen- te, haciendo presencia en sus fiestas familiares, estando en sus nacimientos, sus Navidades y sus duelos. Tal cosa no sería hazaña sino rasa cristianidad y la atadura de las clases sueltas como los dados y alejadas unas de las otras. Aquello de las Patrias en cuanto a “familias nacionales”, no es metáfora superlativa; cual más, cual menos, todos vivimos del pueblo, en formas diversas; él viene a ser algo así como el segundo suelo que nos afirma y la segunda atmósfera en la cual respiramos medrando, por añadidura. Ahora que el odio corre el mundo vuelto ideología, llevando encima hermosos nombres propios y blandiendo u ocultando el garrote y el lazo, y cuando la sordera de clase a clase ha parado en hábito empedernido, es preciso que aquellos cuyo oficio es el de pensar por encima del “compro- miso” y la casta, se pongan a enmendar y a rectificar a toda prisa. En lo dicho, no me refiero ni de lejos a sembrar un almácigo más de “liderismo”. Esta búsqueda de las poblaciones huérfanas, este volver los ojos al campe- sinado debe estar absolutamente limpio de correteos electorales y malicia de picaresca. En cuantos paises he andado, vi siempre que el juego entre ciudad y campo, el confluir de lo urbano con lo rural, la fertilización de lo uno por lo otro, ha hecho las naciones más sanas, más compactas y estables. Y vi también lo contrario; las falsas “unidades” en las cuales el campo se parece

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