Gabriela Mistral y la Universidad de Chile

119 TERCERA PARTE: 1922-1924 Resulta llamativo que, en otras ocasiones, cuando se abordan temas que requieren deliberación entre los miembros del consejo, los comen- tarios o posiciones de los consejeros queden registrados en el acta. En este caso, sin embargo, la mención a la “unanimidad” impide conocer las posturas específicas de los integrantes, lo que establece una suerte de vacío histórico. Lejos de resolverlo, la palabra “unanimidad” no admite contradicciones y encierra un silencio que el actuario parece cubrir con un horror vacui burocrático: de inmediato añade una línea administrativa sobre quién deberá entregar el título a la profesora Godoy. Como evoca Didi-Huberman, el trabajo de investigación en archi- vos encuentra a menudo ciertas partes escindidas de la totalidad, pues constituye la reconstrucción del fragmento del vestigio: “percibimos en un testimonio aquello que está diciendo en su silencio; cada vez que vemos lo que un documento muestra en su ser incompleto. Por esta razón el saber necesita también de la imaginación” 135 . Las opciones que nosotros ima- ginamos se reducen a dos. Efectivamente, la lista de méritos de Mistral convenció sin dilaciones al jurado, o bien se decidió omitir la discusión porque Mistral, en efecto, ya era una persona de Estado, en misión diplo- mática, cuyo carácter no era admisible horadar ni cuestionar en lo más mínimo a nivel institucional. Al enterarse de esta resolución, Mistral acusa perplejidad. Recibe la noticia mientras descansa en un sitio semi-remoto en la costa Pacífico del estado de Michoacán, muy cerca de la actual ciudad Lázaro Cárdenas. Desde allí escribe a su amigo de confianza, el siempre capaz Eduardo Barrios: Me han transcrito a Michoacán un cable de Liceo 6 en el cual me felicitan por un título de profesora de Estado. Llega a parecerme broma; pero para broma resulta caro un cable a México. Si esto es cierto, cosa que no me parece legal, deme usted detalles de la gestión. Preferiría, hermanito, que me dejaran enteramente libre de gratitud hacia el Consejo de Instrucción, por el que no tengo ningún aprecio, y, sobre todo, libre del San Benito de un título universitario. No sé de qué me serviría ahora, faltándome muy 135 Georges Didi-Huberman, “El archivo arde”, trad. Juan Antonio Ennis, https://filologiaunlp. wordpress.com/wp-content/uploads/2012/05/el-archivo-arde1.pdf , [“Das Archiv brennt”, eds. Georges Didi-Huberman y Knut Ebeling (Berlín: Kadmos, 2007): 7–32].

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