El crimen de la calle Nataniel: Testimonios, fotografías y documentos del caso que revolucionó la odontología forense en Chile

Examinemos. Cuando llegué a la calle de la purísima, autori- zado por el juez para practicar el examen de la dentadura del cadáver, la primera persona con quien hablé a propósito de mi cometido fue con la viuda de Beckert. Fue ella la que me suministró el primer indicio referente a que el asesino no era el sirviente, sino el diplomático comunicándome las faltas que había en la dentadura de este último. Dado lo apremiante del momento, no era posible que siguiera en el estudio detenido de la pieza ana- tómica que estaba encargado de examinar. Y ade- más, sentía por mí la hostilidad del ambiente que me rodeaba, no podía yo comunicar mis sospechas. Mis hasta entonces simples sospechas, pues la evi- dencia no se destacó enmi espíritu, sino después de ver los libros de Denis Lay y de examinar detenida- mente en la tranquilidad de mi estudio, trozo por trozo y diente por diente, la importantísima pieza anatómica. Es decir, esto se desarrollaba mientras los eminentes médicos legistas alemanes guiaban el fúnebre acompañamiento de Beckert hacia el cementerio y el Ministerio del Imperio Germánico hacía la doliente apología del ilustre extinto. Ha- bía digo, hostilidad en el ambiente que me rodea- ba, porque el eminente médico alemán doctor Ai- chel me manifestó a su llegada que era inútil que yo practicara la investigación dental, por cuanto nada se distinguía neta y claramente en la cavidad bucal. Porque el eminente profesor alemán, señor Westenhöffer, apenas me favoreció con un breve e imperial saludo, y porque el señor Ministro de Ale- mania no quería aceptar ni la más leve sospecha que significara la supervivencia de Beckert. Pues cuando yo le manifesté que llamaba la atención lo afirmado por Isakovich de haber visto y habla- do a Beckert, su excelencia me dijo que: “Isakovich debería estar en una casa de orates, dice eso de Beckert porque le tenía mala voluntad”. Y en es- tas condiciones iba a comunicarle mis dudas, pues hasta ese momento no podía tener sino dudas a la legación de Alemania y a sus eminentes médicos. ¿No sabía yo acaso, que ellos habían practicado por dos veces la autopsia de Beckert? Además, ¿por quién era enviado yo a practicar el examenmédico legal, por la legación alemana o por la justicia de Chile? A ésta, mi mandante le debía cuenta de mi come- tido. Que, en cuanto a aquella, a la legación Ger- mánica de sobra tenía con los eminentes médicos legistas de su patria, los cuales hicieron nueva- mente soldar el féretro y acompañaron a Tapia, digo a Beckert a su última y eterna morada. ¡Ah!, si yo hubiera hecho el examen dental a través de las gafas del eminente profesor Westenhöffer. ¿Y si yo me hubiera dejado arrastrar por las primeras e impresionantes superficialidades, tendría este razón para increparme de no haber comunicado mis primeras sospechas? Muy fundadas, sí, pero hasta allí solo sospechas. La justicia de mi país me pedía demostraciones y esas no podía darlas, sino después de haber conocido los libros del dentista de Beckert y de haber practicado el estudio detenido y concienzudo de la dentadura. Yo me daba cuenta del peso de la responsabilidad que gravitaba sobre mí. Al abandonar la casa de Beckert, me dirigí a la Sección de Seguridad, a cuyo jefe, señor Castro, co- muniqué mis sospechas y el mismo coche me llevó al estudio de Denis Lay. No he guardado, pues 24 horas, el secreto de la identidad de Tapia, sino que minutos después de salir de la calle Purísima lo po- nía en conocimiento de las autoridades de mi país. Dice el señor Westenhöffer que encuentra escollos en el desempeño de su cátedra de anatomía pato- lógica y se queja de las dificultades que lo rodean. Esta afirmación es efectiva. ¿Hay falta de coopera- ción? Hay vacío en torno del señor Westenhöffer, lo cual es la causa de estos quebrantamientos del ilustre médico legista. No creo yo que sea nuestra falta de lealtad, sino que su falta de tino. 223 Capítulo 10 . Miércoles 17 de febrero de 1909.

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