Memoria colectiva... flores de paz y libertad...

35 aprieta la garganta cuando la escucho y el recuerdo de mi amigo siempre presente se acrecienta. En 5º año de humanidades empezamos a tener clases de Química inorgánica, dictadas por un curioso profesor siempre vestido de negro y del cual, debido a su vestimenta, corrían una serie de rumores trágicos. Por algún motivo, este profesor desarrolló un profundo malestar por la persona de Carlos y la mía propia. Yo era una pésima alumna en este ramo, pero Carlos tenía muy buenas notas y en especial en los ramos científicos. En numerosas oportunidades el profesor entraba a la sala y transcurridos algunos minutos decía solemnemente: Don Invierno y la Liebre retírense de la sala. Llamaba Don Invierno a Carlos porque usaba y adoraba un chaquetón azul marino muy grueso que su hermano le había traído de Inglaterra. Es cierto que era algo grande, pero cómodo era y Carlos podía pasar todo el invierno bien arrebujado en su chaquetón. Ignoro por qué este señor me llamaba la liebre. Tal vez porque cuando lo veía mi mirada se tornaba despavorida. Nunca llegamos a entender la actitud de este profesor. Recuerdo a Carlos como muy amigo de sus amigos. El más cercano a él, un hermano verdaderamente, era Hernán García Gatica. Siempre estaban juntos y no podía darse una diferencia más extraordinaria entre dos personas y sin embargo se complementaban de maravilla. Hernán era callado, discreto, tímido e introvertido. Con gran facilidad para el dibujo hacía unas caricaturas que nos hacían reír. El opuesto era Carlos: extrovertido, conversador, peleador y sin embargo, qué linda amistad entre los dos. Los recuerdo subidos arriba de un viejo nogal que había en la casa de Carlos pegado a la pared que limitaba con la calle. A veces pasaba por ahí y estaban los dos encaramados, conversando y riéndose, seguramente comiendo nueces. Cuando pasaba me hablaban y a mí me parecían dos micos simpáticos y divertidos y me encantaba verlos. Frente de la casa de Carlos tenía su taller un zapatero, como eran los viejos zapateros de nuestra época. Con su mesa, su delantal, lezna en mano, lo recuerdo y creo sentir los olores del cuero, de los tintes, de los hilos. Carlos lo estimaba mucho, era un

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