Memoria colectiva... flores de paz y libertad...

23 generosidad. La profesora que tuvimos en los primeros años, la Srta. Josefina Cristi, era joven, seria, exigente; le teníamos respeto y algo de temor. Sin embargo, era sensible y quería mucho a sus alumnos. Tuve un accidente en un juego de indios contra conquistadores que casi me cuesta un ojo. La Srta. Cristi me llevó a casa y mi madre tuvo que calmarla a ella, ya que sufría pensando en lo que me podía pasar. La Srta. Marta Vergara nos causó una gran impresión. Era también joven, progresista y feminista. Le preocupaba mucho la actitud social positiva. Eran los tiempos anteriores al triunfo del Frente Popular en Chile y a la II Guerra Mundial; la lucha entre izquierda y derecha, progresismo, conservadurismo, fascismo, democracia, tolerancia y sectarismo marcaban todo tema de conversación. Ella nos hacía participar en conversaciones y debates, que tenían un espacio del tiempo docente. Por esa época hizo un viaje a centros de enseñanza de Estados Unidos, en tiempos del New Deal. Volvió entusiasmada y nos transmitió mucho de su pensamiento. Pero lo más importante fue que nos enseñó a conocer, respetar y amar la naturaleza. Tres o cuatro veces por año, nos sacaba de paseo a los cerros de Peñalolén y Manquehue, en invierno o verano. Aún está vivo en mí el recuerdo de un sombrío bosque de peumos, los troncos oscuros, el follaje verde iluminado por la luz solar que dejaba ver el azul del cielo en invierno, las sombras oscuras, casi negras de piedras y pasto, alternadas con espacios nevados, el viento frío, el suave sonido del follaje y el crepitar de hojas secas en el suelo. Aún no estaba de moda la ecología, pero ella era una ecologista profunda y natural. A ella y a mi padre debo mi afición al montañismo. Pasaron los años y llegamos a humanidades. Recuerdo el salón de acceso del edificio, con una gran escalera al segundo piso, donde amplios dormitorios se habían convertido en salas de clases. Un pasillo cuadrangular en el segundo piso daba acceso a las salas; ese pasillo tenía barandas y apoyados en ellas se podía contemplar el gran salón convertido en área de reunión. Era un secreto a voces que desde

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