Memoria colectiva... flores de paz y libertad...
196 que si íbamos de vuelta a Tres Álamos, nos salvaríamos. Nos llevaron en una camioneta. A las pocas cuadras nos hicieron incorporarnos y sacarnos la venda, fue impresionante ver de nuevo el sol y los autos pasar. Al llegar a Tres Álamos nos abrazamos los cuatro, parecíamos náufragos. Ingresamos hasta la guardia y allí Conrado Pacheco dijo indicando al Loro. ¡A este concha de su madre me lo revisan y me lo traen! Fue la última vez que lo vi. El 26 de Julio llegó una Comisión de Derechos Humanos de la OEA. Me escondieron en el tercer piso. Me acerqué a una ventana y allí David y otros compañeros me vieron y denunciaron a los miembros de la Comisión que yo había sido sacado del grupo. El Coronel Jorge Espinoza había negado que yo estuviera recluído allí y que hubiese menores de edad. Espinoza subió furioso y me dijo: “Para esta gente a ti nadie te ha torturado ni tocado, ¿entiendes?, de eso depende ahora tu libertad. Esos señores te van a preguntar cosas y tú debes saber que responder para que puedas volver a tu casa.” Lo que Espinoza ignoraba, era que la noche anterior, mi madre había logrado tomar contacto con los miembros de la Comisión reuniéndose con ellos en el Hotel Crillón de Santiago. Una vez reunido con los integrantes del grupo de la OEA, narré en detalle todo por lo que había pasado y de lo que había sido testigo, los nombres de quienes habían quedado en Londres 38, las torturas, los agentes y que el más salvaje de mis torturadores fue Marcelo Moren Brito. El 29 de Julio fui dejado en libertad, tenía 16 años y aún recuerdo los momentos, las canciones, los nombres de mis amigos y a todos los detenidos formados en dos largas filas en el pasillo de Tres Alamos aplaudiendo a mi paso el día que me liberaron. Afuera estaba mi madre quien salvó mi vida tocando todas las puertas, mientras, paralelamente, nunca dejó de proteger a quienes a esa altura ya casi no tenían lugar donde esconderse. Han pasado los años y siento que mi vida se detuvo entonces. Una mañana estando en Londres 38 le prometí a Dios que nunca sería adulto, porque no podía entender cómo los hombres podían
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