Memoria colectiva... flores de paz y libertad...
191 Cuevas Sharim y el profesor Oscar Nilo. Comenzó a circular el rumor entre los detenidos, que los tres seríamos llevados a interrogar por la DINA. Sentí pavor, vinieron a hablarme varios compañeros que ya habían vivido la tortura, me decían que por mi edad no creían que fuese sometido a flagelaciones, pero que nunca reconociera nada, porque de hacerlo no pararían hasta sacarme toda la información que necesitaran, fuera verdad o inventada. Efectivamente esa noche fuimos llevados a la Calle Londres 38, conocido centro de tortura de la DINA. Recuerdo la voz del tipo de civil que nos ordenó cerrar los ojos para que nos pusieran scotch. Distinguí cuando llegamos a la Alameda, luego una calle con adoquines, dos bocinazos y nos entraron hasta un lugar donde me sobresaltó la presencia de un perro al que llamaban “Patán” Los agentes me sacaron el cinturón y todo lo que tenía en los bolsillos. El que me registró, me dijo que dejara los cigarrillos porque: “los vai a necesitar”. Me llevaron por escaleras y luego estaba sentado frente a un interrogador. Me preguntó por la propaganda y yo le respondí que no sabía de qué me hablaba. El tipo tenía una voz irónica, siniestra. Dijo:” primera pregunta, primera mentira huevón, a la tercera la vai a pasar mal”. Me preguntó si yo conocía las empresas Chilectra o Endesa, yo me quedé en silencio. Entonces un fuerte golpe en la cara, sentí salada la sangre de mi boca e inmediatamente alguien que estaba atrás mío me golpeó los oídos con las manos abiertas y sentí que perdía la audición y un poco el conocimiento. Escuché al interrogador decir: ”traigan la máquina”, volvió a preguntar mientras me pasaban algo húmedo por el cuello. Algo metálico que me rozó y un golpetazo de corriente como el golpe de un látigo que me quemó y me hizo caer con la silla a la cual me habían amarrado. Luego las patadas para que me parara, pero no podía. Me tomaron del pelo y sentado nuevamente, me pusieron una bolsa de plástico en la cabeza, me sentía emborrachado por los golpes y luego la sensación de estar asfixiándome con la bolsa que me impedía respirar. Me decían que esto era sólo un anticipo de lo que vendría.
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