Memoria colectiva... flores de paz y libertad...

161 Hugo Calderón G.70: “La primera vez que conversé con Martín, discutimos. Me impresionó su carácter. Argumentaba con convicción pero no buscaba descalificar. No era agresivo pero era firme en sus juicios y sus opiniones eran fundamentadas. Poseía la cualidad de saber apreciar opiniones distintas a la propia. Por sobre todas las cosas, le interesaba comprender. Desde ese momento nos hicimos amigos. El venía de un curso paralelo al mío. Yo lo ubicaba perfectamente. Quizás habíamos intercambiado algunas palabras en alguna actividad puntual, pero por esas cosas de la vida, no habíamos convivido. Nuestra primera conversación -a los 16 años- fue sobre un tema que ocupaba crecientemente a muchos jóvenes del liceo Manuel de Salas de nuestra generación: cómo terminar con las injusticias sociales. Para Martín este fue el hilo conductor que le entregó coherencia a su vida. Era un joven alegre y bonachón, amigo de los chistes y de risa fácil. Pero también serio y sistemático, responsable y estudioso. Ya en el liceo poseía un importante conocimiento de historia moderna, de filosofía y una amplia cultura política. Pero era ante todo, un joven sincero y transparente. Provenía de un hogar intelectual, con amor por la lectura, el debate y la política. Con generosidad, me introdujo en su familia donde conocí a su padre, don Belarmino, y pude participar y aprender de las discusiones con ilustres huéspedes de esa casa. Se compartía la pasión por transformar la sociedad chilena. Don Belarmino había sido parlamentario del Partido Socialista y tanto él como su esposa Yolanda, eran ciudadanos activos. Con esos valores educaron a sus hijos. Ella era conocida en la actividad comunal de La Reina, el barrio donde residían. También conocí a su hermano mayor Raimundo y a su hermana menor Gloria. Martín, siguiendo esa noble tradición familiar, dedicó lo mejor de su juventud a organizar la acción política.

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