Memoria colectiva... flores de paz y libertad...
117 Y se abrirán las anchas alamedas, y se abrirán las calles y sus piedras y se abrirán las calaveras y en las mandíbulas del Negro descubrirás tu nombre, ausente ya de todo terror. El Ciclista El ciclista se complicaba si había que reunirse algún sábado o domingo. «Corro temprano los fines de semana: mi vida no se concibe si no es pedaleando». Así decía y dicho por él no sonaba cursi, pero por desgracia para él, ésos eran los días en que todos teníamos más tiempo y mejores posibilidades para trabajar. Teníamos mucho trabajo. La mayoría de las veces terminaba convenciéndonos, pero cuando le doblábamos la mano llegaba tarde. Mala cosa: un jefe de unidad no puede llegar tarde. Sin embargo, él, que lo era, se atrasaba y nosotros, cuando por fin aparecía, teníamos que amonestarlo. Se disculpaba diciendo que nos había advertido lo de los sábados y domingos, nosotros replicábamos con tiras y aflojas. La pelotera terminaba para dedicarnos entonces a las tareas que sí eran productivas: la lucha iba a darse entre Davides que enfrentarían a Goliates, y para hacerlo necesitaríamos mucho más que boleadoras: el pueblo en armas contra las fuerzas reaccionarias que darían un golpe en un año o en dos: tarea de Davides, tarea de Titanes. Hubo sí, una oportunidad en que el ciclista no tuvo que implorar para que lo perdonáramos: entró tarde y como de costumbre, llevó su bicicleta hasta el final del salón, esa vez con un poco de dificultad, porque traía un paquete envuelto en papeles de colores que lo obligaba a maniobrar la bicicleta con una sólo mano: «¡Gané compañeros!», dijo, «sentí la campanada anunciando premio en la tercera, y yo que ya sabía cuál era el premio en esa vuelta, aceleré y aguanté, aguanté pedaleando, y vean lo que gané para mi hermana que está de cumpleaños». Eso dijo, abriendo el paquete con cuidado y sacando de él dos pequeñas pero maravillosas botas de cuero, para una niña como de
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=