Dossier n°10. Aproximaciones al discurso de la extrema derecha

Dossier N° 10 / Programa de Estudios Comunitarios Latinoamericanos, Universidad de Chile. 83 la conservación de la sociobiodiversidad, ha implicado la pérdida de la autonomía productiva y la seguridad alimentaria de las localidades rurales, junto con la precarización de sus condiciones vida y de trabajo, y la alarmante degradación de los ecosistemas naturales (Rossi, 2023). Para Korol (2016) esta hostilidad e insostenibilidad que ha adquirido la labor agrícola ha significado la descampesinización del campo a partir de las importantes migraciones de hombres y jóvenes a la ciudad, siendo las mujeres quienes se han dedicado a mantener vivos los sistemas alimentarios y de producción familiar. Esta feminización del campo que nos señala la autora no necesariamente ha implicado su reconocimiento por parte de las políticas agrarias recientes, por el contrario, las mujeres continúan en la actualidad constituyendo un apéndice de la labor campesina masculinizada. Esto último ha implicado una serie de vulneraciones invisibilizadas a partir de la flexibilización laboral y la transnacionalización, promesas neoliberales de desarrollo que, de acuerdo con la cofundadora de la Asociación de Mujeres Rurales e Indígenas (ANAMURI), Francisca Rodríguez (2002), han agravado la precarización de su labor, exponiéndolas a trabajos temporales sin garantías laborales, condiciones sanitarias deficientes y enfermedades a partir del abuso de sustancias químicas plaguicidas nocivas para su salud (como se citó en León y Senra, 2009). Desde este escenario crítico, antecedido por una trayectoria de violencia patriarcal sistemática y la amenazante consolidación del imaginario neoliberal del desarrollo que ha agudizado la precarización de la vida rural, las mujeres indígenas campesinas han articulado desde hace un par de décadas su lucha colectiva por la soberanía alimentaria y la emancipación de los territorios, poniendo al centro de sus demandas la garantía del derecho a la alimentación, la autodeterminación de los pueblos para proteger la producción agrícola local, la responsabilidad socioecológica, la revitalización de los suelos y la circulación de las semillas como patrimonio de los pueblos al servicio de la humanidad (Vinueza, 2014). Su resistencia, circunscrita en la movilización internacional de campesinos y campesinas, surge no sólo como antítesis del modelo exportador agroindustrial, sino también como una mirada y una práctica hacia el horizonte de la justicia social, donde el feminismo resulta un fundamento inseparable de la lucha colectiva de las mujeres rurales que en la actualidad no terminan de disputar espacios al interior de los movimientos en que participan. En ese sentido, como señalan León y Senra (2009) “Reivindicar la producción de alimentos implica para las mujeres una amplia agenda de reparaciones que aluden directamente a la transformación de las relaciones de desigualdad entre los géneros en todas las esferas” (p. 35), de modo que la lucha de los pueblos por el derecho a la alimentación debe orientarse necesariamente a la desnaturalización del orden patriarcal, colonial y capitalista que ha fracturado los vínculos con la

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