Dossier n°10. Aproximaciones al discurso de la extrema derecha
Dossier N° 10 / Programa de Estudios Comunitarios Latinoamericanos, Universidad de Chile. 82 sostenes de la vida rural. Desde este marco de referencia, resulta posible identificar la construcción de un contrarrelato que da cuenta de las raíces y la fuerza de una lucha que, no solo se orienta al reconocimiento de las históricas opresiones e invisibilizaciones hacia la labor de la mujeres rurales, sino que avanza sólidamente al completo desmantelamiento del orden colonialista y heteropatriarcal que las ha fundamentado, y con ello a la recuperación de su autonomía, la reivindicación de los derechos colectivos y la garantía de su participación activa en la co-construcción de una sociedad más justa y paritaria. En ese sentido, como punto de partida, parte de la subordinación de la labor femenina y el devenir como no-sujeto de las mujeres rurales en la agroindustria se observa incipientemente en su invisibilización durante las reformas agrarias latinoamericanas, donde los pactos de las élites políticas manifestaron un escaso interés por integrar y reconocer su labor en el campo. Por el contrario, como Claudia Korol señala en su libro Somos tierra, semilla, rebeldía (2016), la histórica lucha de los pueblos por la tierra ha sido gestada desde y para una perspectiva masculina sindical, sin necesariamente reparar en la participación política de las mujeres campesinas y la naturalidad con que su rol fue circunscrito a sus roles de esposas y madres de los hombres de la revolución. De acuerdo con Heidi Tinsman (2009), autora de La tierra para el que la trabaja: género, sexualidad y movimientos campesinos en la reforma Agraria chilena, en el caso excepcional de Chile, durante el periodo referido a la Unidad Popular y su apuesta por construir una agricultura socialista, los esfuerzos por integrar a las mujeres a las labores productivas fueron múltiples. En el sector del campesinado, la creación de los Centros de Reforma Agraria (CERA) como nuevas unidades de producción, se orientó principalmente a incorporar mujeres campesinas y familias rurales a la fuerza laboral; un notable compromiso político que fracasó en sus propósitos. Como la autora señala, fueron los propios hombres sindicalistas, maridos y padres de familia, quienes se resistieron a la participación femenina al interior de la nueva institución, marginalizado con ello a las mujeres de las labores administrativas y reservando su participación únicamente a trabajadoras agrícolas jóvenes y solteras. Este panorama, caracterizado por defectuosos intentos de reconocimiento e integración, se agudiza drásticamente con la instalación de los regímenes dictatoriales en América Latina y la contrarreforma agraria fundada en los modelos neoliberales de explotación. La fractura del vínculo entre el campesinado y la tierra a través de la creciente privatización de los terrenos y desplazamientos de pobladores tendría —y continúa teniendo— consecuencias devastadoras para el sostén de la vida campesina y la producción alimentaria. La instalación y fortalecimiento del modelo agroindustrial ecocida, caracterizado por el dominio tecnológico de empresas exportadoras transnacionales y la priorización de monocultivos y cultivos transgénicos por sobre
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