Decolonialidad y comunidades posibles
79 he allí el meollo de la migración. Por tanto, el nudo de la problemática social está en serias dificultades en la relación cultural. Y ello abre la puerta necesaria a mejorar las relaciones culturales y, por ende, a la interculturalidad. La interculturalidad es diferente a la multiculturalidad, dado que involucra otro concepto de cultura, tal como veíamos más arriba. Plantea que las culturas son independientes y son producidas en una relación social. No existe una cultura que funcione sola, sino todas viven en un enjambre. Entonces, la sociedad es un tramado, un tejido de culturas, múltiples formas de vida que se entrelazan y entretejen en la superficie social. La sociedad de hoy es como un arrecife, donde habitan múltiples especies que se vinculan unas con otras, con hábitat y microclimas diferentes que, en un ensamble, determinan todo un sistema de vida. El éxito de un arrecife no es el predominio de una especie sobre otra, sino la regulación y estabilidad de todo el sistema en su conjunto. Por ello, la interculturalidad observa las culturas siempre relacionadas y, precisamente para una adecuada conversación entre culturas, un primer tema es la cuestión del poder (Dietz, 2003), lo que hace la diferencia con la multiculturalidad. La mala relación entre culturas, donde una se impone a las otras, donde una domina y explota a las otras, es parte de la explicación de la interculturalidad. Y, por ello, parte del trabajo intercultural. Otro aspecto del proceso intercultural es comprender que la buena relación entre las culturas no se traduce simbólicamente en una buena conversación entre amigos, tomando un café. El ingreso serio a una relación intercultural tiene vínculos con una discusión epistemológica y una discusión ontológica, entre otras cosas. Es decir, no se trata sólo de ponernos de acuerdo, sino entrar a dialogar sobre los mundos, los universos que cada cultura trae. Mundos que son realidades diferentes en cuanto a cuáles son las cosas fundamentales que existen allí, cómo se vinculan y se reproducen, mundos en que el conocimiento se produce a través de distintos mecanismos, muchos de ellos diferentes a la ciencia moderna occidental. En definitiva, cuando hablamos del paso del concepto de migrantes a ciudadanos interculturales, estamos entrando a una dimensión poco explorada hasta ahora y que requiere un largo camino a recorrer. Un camino que nos permite salir del atolladero absurdo de qué hacer con el migrante y es entrar al dilema fundamental de la sociedad: la diversidad y la manera en que conversan las culturas. Se abre así el necesario campo para indagar en cómo lograr que estas culturas se entiendan, evitando una espiral de violencia, de agresión mutua y búsqueda de control del poder y, más bien, profundizar el proceso intercultural en la coexistencia.
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