Decolonialidad y comunidades posibles

71 dominado por una cultura migrante específica. Esto se puede observar, a modo de ejemplo, en la ciudad de Nueva York, como el barrio chino, italiano, español, etc. Igualmente, en las ciudades de Londres o Barcelona, en barrios indios, turcos, musulmanes, árabes, chinos, latinoamericanos. Son espacios en que, sin duda, impera la Ley del país receptivo, aunque el despliegue de la vida cotidiana se expresa según el tipo de comercio, el estilo de vida, el tipo de vestimenta y alimentación de la cultura migrante instalada. E incluso son lugares bilingües, con acentos de la correspondiente cultura migrante. Esta dinámica de instalación es un proceso que lleva décadas en esos países que, perfectamente, puede alcanzar 100 años, si no más. Así, la presencia de otras culturas ajenas en los espacios del país de acogida es un fenómeno absolutamente consolidado, de tal manera que la fisonomía o las marcas identitarias propias del país receptivo se han fundido con la migración. Es decir, se ha conformado, en tanto conjunto, como una totalidad relativamente bien afiatada. Su identidad es más compleja, más inclusiva, más enriquecida; tanto así, que parte del atractivo para el turismo es precisamente su multiculturalidad, que incluso habla de su calidad como estados naciones desarrollados, alcanzando mayores niveles de integraciónmundial al definirse como países o ciudades diversos. En el caso de América Latina, se están produciendo situaciones similares. Sin embargo, la lógica de este continente corresponde a un esquema retrógrado, donde se prioriza el rechazo y la discriminación (Tijoux, 2016). Ello, por lo señalado con anterioridad, debido a que el marco europeizante y católico es preponderante y todo aquello que evidencie un origen migratorio, es visto como externo e indeseable. No se ha desarrollado un concepto de país multicultural que se autodefina como una Nación integrada con varias culturas, sino, más bien, como países sostenedores de una cultura original, asociadas a la madre patria (o europeas) y expulsora de otras culturas. De modo que, en ese espíritu de mayor discriminación, se terminan generando condiciones estructurales de desigualdad expresadas en rechazo a la integración institucional o, más bien, dejando a la población migrante latinoamericana abandonada a su suerte y a un funcionamiento desregulado, ilegal y desprotegido (García de la Huerta, 2009). No hay una cultura estatal establecida en el continente ni un proyecto país basado en la integración del migrante al rodaje de su funcionamient o 10 . Este sigue siendo observado como una “escoria” como “indeseables”, que los gobiernos preferirían evitar y al que sólo le queda soportar. 10 Es necesario mencionar que en épocas de conformación de los estados naciones hubo políticas públicas en países como Argentina, Uruguay y Chile que promovieron la migración europea coherente con la lógica de las

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