Decolonialidad y comunidades posibles
26 implica sesgo, distorsión y error; en Allport (1954), provoca prejuicios; en Milgram (1963) y Zimbardo (Haney, Banks y Zimbardo, 1973), conduce a la irracionalidad, la violencia, la perversión. En todos los casos, el polo irracional y psicopatológico es el social, mientras que el polo racional y sano es el individual. Esta valorización positiva de lo individual se acentúa y se torna flagrante en el famoso modelo de Harry Triandis (1993, 2001, 2018) que asocia el individualismo con la democracia, la honestidad y el respeto a los derechos humanos, mientras que desacredita el colectivismo al conectarlo con todo lo contrario. Individualismo antiguo, cristiano, medieval La valorización positiva de lo individual y la correlativa desacreditación de lo colectivo no es una actitud exclusiva de la psicología social. Es más bien un fenómeno histórico propio del mundo moderno. La modernidad valoriza positivamente al individuo y desacredita la colectividad por lo mismo que nos impone la orientación ideológica del individualismo y que nos hace concebir el psiquismo y la sociedad en términos individualistas. El individualismo prevalece por lo mismo que se enaltece. Todo esto forma parte de la misma ideología individualista que reina en el mundo moderno. El individualismo característico de la modernidad hunde sus raíces en las entrañas de la civilización europea occidental. Sus fuentes más remotas pueden rastrearse hasta la exaltación antigua de la individualidad bajo la forma de los profetas del monoteísmo judío y los héroes, filósofos, artistas, modelos escultóricos y dirigentes militares o políticos de la cultura grecorromana. Estos dos afluentes históricos terminan confluyendo en el cristianismo de la época medieval, el cual, como bien lo ha mostrado Marx (1843/1987), profundiza y consolida el individualismo europeo, preparando así el terreno para la modernidad. En la perspectiva individualista cristiana, es el individuo el que peca, el que hace un examen de conciencia, el que se confiesa y hace penitencia. Luego será su alma individual la que sea pesada en el juicio final y la que sea condenada individualmente al infierno, al purgatorio o al cielo. No hay lugar aquí para la subjetividad colectiva o comunitaria que domina en otras culturas del mundo, sino sólo para un individuo que irá ganando terreno en la Edad Media para convertirse a partir del siglo XVI en el protagonista de la Época Moderna.
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