Decolonialidad y comunidades posibles
225 del "Oriente". De esta manera, el foco puede centrarse en el rol de las prácticas discursivas en situaciones coloniales. La primera modernidad (SXV-XVII, de acuerdo a Dussel, 1994), implicó un proceso de colonización del lenguaje que elaboró no sólo saberes sobre América, sino desde América, con una perspectiva colonial y un discurso cristiano teleológico, unitario e inclusivo. La colonización del lenguaje y de la memoria era una conjunción de la expansión económica y religiosa con la ideología de la ‘letra’, la escritura alfabética, adaptada por intelectuales indígenas para conservar sus tradiciones. Y ello significó, según Mignolo (2005), un proceso de colonización de la memoria, aunque éste es mucho más complejo, ya que involucra procesos de apropiación, borradura y resemantización, como ya dijimos. Lo que está en juego aquí es cómo operó también lo que Salomón (1993) llama “textualización de la memoria”, los relatos que construyeron los españoles sobre los indígenas en una lógica de temporalidad occidental, una narrativa lineal. Esto evidencia la vigencia del término colonialidad, cuando está presente la lucha por el control de la memoria, la construcción de los discursos desde la América indígena y negra e incluso mestiza. ¿Cómo se reescribe hoy el pasado desde lo indígena, desde la negritud, desde el quechua, desde el aymara, desde el mapudungún? ¿Cómo se plantea la validez de la oralidad para narrar el pasado, u otro tipo de lenguajes como el pictórico, si el discurso y el lenguaje escrito europeo produjeron procesos de borradura y encubrimiento? Como ya planteaba Fanon (1974), especialmente refiriéndose al caso de las Antillas, todo pueblo colonizado sufre un complejo de inferioridad a consecuencia del entierro de la originalidad cultural local y se instala en relación con la lengua de la nación civilizadora, es decir, la cultura metropolitana. Retomando la perspectiva de Foucault (2000), la presencia de conceptos y enunciados implica una búsqueda de significaciones ocultas. En esta lógica, el discurso sobre Latinoamérica implica relaciones de poder a partir del lugar de la enunciación, desde donde se construyó ese discurso sobre el “otro”. Cuando Said (1990) entiende el “Orientalismo” como discurso, como una construcción ideológica y narrativa que implica una superioridad del “otro” europeo, pensamos que América también fue un “Otro” a partir de l cual Europa se constituyó como tal, cuando identificó la diferencia y elaboró, ya en la segunda modernidad (SXVIII y SXIX), un discurso eurocéntrico sobre América que traslada la ya definida minusvalía y subordinación, a un relato de inmadurez y desde la naturaleza inferior, y a un discurso de América como proyecto aún no logrado (Hegel, 1999).
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